Con una reunión de nombres en el índice que habrá hecho palidecer a más de un colega, la monografía de Dominique Perrault que ha editado Actar comienza precisamente negando ser una monografía. Libro de autor o de autores parece definir mejor las intenciones de esta publicación, en la que profesionales de distintos campos comentan parte de la ya extensa producción del arquitecto francés. Treinta firmas ofrecen las más variopintas lecturas de algunas obras de los últimos diez años.
Con tantas perspectivas como dan los distintos oficios de los que escriben, el libro se presenta como un cajón de sastre con muchas de las miradas posibles. Las hay cómplices, como la de Aude Perrault o Gaélle Lauriot- Prévost, miembros de su estudio, o distantes como la de Sebastian Redecke o Frangois Chaslin, crítico de Bauwelt el primero, y ex redactor jefe de L 'Architecture d ’Aujourd ’hui el segundo; cinematográficas como la de los realizadores Robert Kramer y Richard Copans, o musicales como la de Philippe Hurel. Los comentarios de los directores del MoMA de Nueva York y del Museo Finlandés de Arquitectura, o los de colegas como Massimiliano Fuksas, Oriol Bohigas y Enric Miralles se alternan con los del fabricante de sus tejidos metálicos o los del chef de cocina del restaurante L’Arpége, en una sucesión cuyo orden sólo se intuye.
Sorprende al hojear este catálogo, aparecido a propósito de una exposición del arquitecto en Barcelona y Madrid, la variedad de los proyectos presentados entre las reflexiones de Perrault sobre temas como el contexto, la geografía, el proceso de trabajo, la unidad formal o los materiales en la obra de arquitectura. De la pequeña escala del banco-cama para la fundación Wanas o la Kolonihavehus se pasa, casi sin mediación, a los grandes gestos de la Biblioteca Nacional de Francia o el velódromo de Berlín. En nuestro país, el proyecto de un complejo deportivo en Montigalá atrapa entre redes metálicas la topografía modificada de un parque de Badalona sin que sepamos —tantos años después de Paco Rabanne— si se trata de aquitectura o de alta costura. Por lo demás, las fotos sin márgenes compartiendo página imprimen un ritmo de vídeoclip a ciertos pasajes del discurso gráfico, y los cambios en el tamaño de la letra en algunos párrafos insisten en esa sensación de estar asistiendo a una conversación con altibajos en la que los mensajes se solapan. Al fin y al cabo, lo propio de una sobremesa multitudinaria tras un menú de varios tenedores.