Ocurre con el Centro Pompidou como con las muñecas rusas o las cebollas: uno se pregunta siempre cuál de sus capas es la más significativa. ¿Es la envoltura, el núcleo, o acaso cualquiera de las intermedias? La campaña de ‘renovación’ del centro, emprendida veinte años después de su inauguración, así como la concesión del premio Pritzker a uno de sus autores, invitan a esbozar un primer balance crítico. ¿Qué ha ocurrido con esta arquitectura high tech sociable y flexible? ¿Ha hecho progresar la democratización artística en un país donde el estado asume directamente un papel cultural? ¿Ha modificado los flujos turísticos a escala planetaria? Pero los interrogantes no cesan aquí. Hablar del Pompidou (o del Beaubourg, como también se lo conoce) hoy en día significa evidentemente hablar de un monumento parisiense; de su estilo heredado del Crystal Palace por intermediación de Archigram; de las obras y de los libros que están almacenados en su interior; de la burocracia que los sirve o que se sirve de ellos. Significa también plantear cuestiones más generales o imprecisas que incitan a un breve recorrido por la historia...[+]