Inaugurado el pasado 27 de octubre, el Museo Picasso de Málaga mostró al gran público todo su poderío con la exhibición de la colección permanente, compuesta por 204 obras, fruto de la donación y préstamo a diez años prorrogables, de Christine, viuda de Paolo Ruiz-Picasso, y del hijo de ambos, Bernard Ruiz-Picasso, a los que se añadieron ochenta y siete obras procedentes de distintos museos y colecciones particulares, ‘El Picasso de los Picasso’, que ocuparon las espléndidas salas temporales.
La apertura del museo ha supuesto la revalorización de una parte esencial del casco histórico malagueño, una zona anterior a la expansión decimonónica que se produjo alrededor del Salón Bilbao, hoy Alameda Principal, y la famosa calle Larios; se trata de otro sector de la ciudad, más alejado del puerto, cercano a la Catedral, zona abigarrada y activa entre los siglos XVI y XVIII, y que comprende calle San Agustín, el barrio de La Judería y calle Alcazabilla, a la que se asoman las traseras del museo, frente a las ruinas del Teatro Romano, divisando el dieciochesco Palacio de La Aduana y la Alcazaba nazarí, convertida en postal fija de los flâneurs agotados por el sol y por el ocio amnésico. Aunque pudiera pensarse, no se trata de la forzada ordenación de un parque temático, sino un hecho espontáneo, de sucesión, proximidad y contraste de las distintas civilizaciones que han alimentado históricamente la idiosincrasia cosmopolita malagueña... [+]