El día 9 de febrero de 2002, en el pequeño cementerio de Serednikovo, un reducido grupo de arquitectos coloca unas flores junto al bloque de granito negro que señala la tumba de Iván Leonidov. El frío del invierno ruso y el color blanco de los abedules y la nieve envuelven la ceremonia con un carácter solemne y melancólico. Un sacerdote ortodoxo, vestido rigurosamente de negro, oficia la liturgia. Finalmente el vodka se reparte generosamente entre los congregados para recuperar el calor perdido. Beben despacio, mientras recuerdan con nostalgia los dibujos del arquitecto...[+]