Anna y Eugeni Bach no pudieron decir ‘no’ a sus hijos cuando estos les pidieron una casa. Y se la construyeron, como si fuesen unos clientes muy especiales, en la granja que sus abuelos tienen en Finlandia. Geométricamente, la casita surge de una sección extruida longitudinalmente para formar dos módulos iguales aunque orientados en direcciones opuestas. Uno de estos módulos presenta doble altura —pero una doble altura a la escala de los niños—, lo que permite que un adulto pueda entrar en la casa sin tener que agacharse. El otro módulo tiene dos niveles, conectados por una sencilla escalera que hace posible un juego espacial más complejo en el interior. Desde fuera, la casita se percibe como un objeto autónomo, casi sin referencias de escala, mientras que dentro se convierte en la reducción esencial de lo que los niños entienden por una casa: un espacio mayor que podría ser el salón; un espacio de menor altura donde podrían ir la cocina y el comedor, y un altillo, situado en la parte de arriba, donde podrían ubicarse las habitaciones. Es decir: una casa completa, abierta a los juegos infantiles, y condensada en tan sólo 13,5 metros cuadrados.