Hace quince años, ese maestro de la astucia política que era Deng Xiaoping realizó un conocido viaje hacia el sur, desde Pekín hasta Shenzhen, cerca de la frontera con Hong Kong. Fue el momento en que sorteó de manera decisiva a los integrantes del Buró Político, acérrimos creyentes en la lucha de clases y en la economía dirigida, hombres cuya ‘mentalidad fosilizada’ había desafiado al asumir la presidencia de China en 1976 y que habían regresado tras el aplastamiento del movimiento democrático de Tiananmen. Entonces, bajo la consigna orwelliana de socialismo con características chinas, Deng decretó que había llegado el momento de que la iniciativa despegara. Atrás quedó el «más vale rojo que experto» de Mao y en su lugar vino el «no importa de qué color sea el gato mientras cace ratones».
Las energías reprimidas entonces liberadas generaron un crecimiento económico y social sin precedentes en la historia, tanto por su magnitud como por su rapidez, así como unas con-secuencias impredecibles e imposibles de gestionar. El despegue fue casi vertical. A los pocos meses de la afirmación apócrifa de Deng de que «hacerse rico es glorioso», las tasas oficiales de crecimiento nacional se elevaron a cinco veces su nivel post-Tiananmen, variando entre el 7 y el 12 por ciento después y aumentando en dos dígitos en cada uno de los últimos cinco años. La producción industrial y la inversión en infraestructuras han aumentado, si cabe, más rápido; tras más de un año de esfuerzos estatales por enfriar la economía, en la primera mitad de 2007 subieron un 18,5 y un 26 por ciento, respectivamente... [+]