La transformación de una antigua fábrica cervecera en viviendas para artistas, que incluyen espacio para albergar sus estudios, se ha basado tanto en la rehabilitación del antiguo edificio como en la construcción de uno nuevo para alcanzar la superficie necesitada. La inserción del proyecto en su entorno podría resumirse en la búsqueda de la apertura y de una imagen singular. Como la parcela se sitúa entre dos espacios públicos, una plaza y una calle, desde los que se puede acceder al conjunto, este juega un papel de transición entre ambos. Tanto el edificio antiguo como el nuevo tienen una altura mayor que los galpones industriales que flanquean el canal, por lo que su presencia forma parte del perfil del barrio de Molenbeek.

El objetivo de conexión con la ciudad se reproduce a nivel interior y entre los vecinos, y para ello se plantea una serie de escaleras y pasarelas al aire libre que conectan los dos edificios, propiciando el encuentro entre los residentes. El nuevo volumen adopta una forma quebrada para facilitar la llegada de la luz solar al patio y al interior de las viviendas. Para eso también se han utilizado grandes huecos, enmarcados con carpinterías de aluminio que entonan tanto con el ladrillo de la cervecera como con el revestimiento metálico del nuevo volumen.