De Hipatia a María Zambrano, pasando por Christine de Pizan o sor Juana Inés de la Cruz, la historia del pensamiento está esmaltada por mujeres eminentes. Dos libros recientes se ocupan de algunas de las más notables del siglo XX, en ambos casos a través de relatos que trenzan la vida y obra de cuatro de ellas. Wolfram Eilenberger, que ya lo hizo con Cassirer, Wittgenstein, Heidegger y Benjamin en Tiempo de magos (reseñado en Arquitectura Viva 224), se ocupa ahora de Ayn Rand, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir y Simone Weil en El fuego de la libertad. Benjamin J.B. Lipscomb, por su parte, elige cuatro filósofas de la generación inmediatamente posterior —Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Mary Midgley y Iris Murdoch— que desde el Oxford posterior a la Segunda Guerra Mundial crearon una genuina revolución en la ética, y entrelaza sus extensos trayectos intelectuales y personales en The Women Are Up to Something. Leídos sucesivamente, estos dos volúmenes ofrecen algo más que filosofías en femenino, porque trazan un vívido retrato del pensamiento durante las décadas centrales del siglo pasado.
Las dotes narrativas de Eilenberger hacen de sus obras bestsellers, y esta lo será también, porque la biografía y las ideas de estas cuatro mujeres fascinantes, a quienes tocó vivir un tiempo de totalitarismos, están recogidas con rigor analítico y elegancia literaria. La judía rusa Alisa Zinóvievna Rosenbaum, que huyó de la Unión Soviética para establecerse en Estados Unidos y defender con el nombre de Ayn Rand su credo liberal y nietzscheano, que plasmó en novelas tan populares como El manantial, es bien conocida de los arquitectos que admiraron a Gary Cooper en la película homónima de King Vidor, pero su extraordinaria talla intelectual ha tardado más en reconocerse. No es este el caso de la también judía Hannah Arendt, que abandonó Alemania para desde su exilio en Estados Unidos convertirse —dejando atrás su relación íntima con Heidegger— en una de las filósofas y pensadoras políticas más influyentes de su tiempo. Algo así cabe decir de Simone de Beauvoir, que más allá de su estrecho vínculo intelectual y vital con Sartre afirmó con obras como El segundo sexo una reflexión independiente que desborda el activismo feminista para extenderse a multitud de intereses políticos y sociales. Y un caso aparte es la también francesa Simone Weil, que transitó de sus orígenes judíos a la mística cristiana y a un compromiso político revolucionario que la llevó a luchar en la guerra civil española, dejando una obra deslumbrante que apareció solo tras su muerte prematura. Si la filosofía puede enseñar algo sobre la libertad y la vida, pocos lugares mejores donde buscarlo que en las trayectorias enredadas de estas cuatro mujeres excepcionales.
El cuarteto recogido por Lipscomb no tiene el mismo dramatismo biográfico, pero esas pensadoras nacidas en torno a 1919, y formadas en una Universidad de Oxford que durante la guerra vio desaparecer a los varones llamados a filas, introdujeron asuntos esenciales de la filosofía moral en un ámbito académico reacio a discutir el bien, la virtud o el carácter. Fueron cuatro amigas que afirmaron su identidad en un mundo de hombres defendiendo la justicia y el amor como el fundamento de una vida buena, y que sin embargo no podían ser más diferentes: Anscombe, una brillante discípula de Wittgenstein que se convirtió al catolicismo y combatió el aborto y la eutanasia con la fiereza que le valió el apodo ‘the Dragon Lady’; Foot, una mujer privilegiada que rechazó sus orígenes para desarrollar una ética normativa inspirada a la vez por la filosofía analítica y por su ateísmo militante; Midgley, una pensadora de floración tardía que argumentó en su madurez los derechos de los animales; y Murdoch, una extraordinaria novelista y ensayista que combinó la vida bohemia y los múltiples amores con la militancia comunista y una búsqueda espiritual testaruda y emocionante. El desarrollo contemporáneo de la ética no se concibe sin ellas, ni la historia de la filosofía sin estos dos cuartetos femeninos.