Tan gran arquitecto como genial publicista, Le Corbusier construyó su estrategia de comunicación sobre el poder de persuasión de las imágenes. El artista y reformador que escribió ‘Je n’existe dans la vie qu’à condition de voir’ hizo de la vista su herramienta de búsqueda estética, pero también el mejor instrumento para la difusión de ideas y obras. Dos libros recientes exploran su labor como conferenciante y su relación con la fotografía, y en ambos las imágenes se muestran al servicio de la retórica moderna y la publicidad de las vanguardias. El de Tim Benton es un volumen riguroso y exquisito, que reconstruye con documentos y pesquisas las conferencias impartidas por Le Corbusier desde 1924 hasta su muerte en 1965; por su parte, el coordinado por Nathalie Herschdorfer y Lada Umstätter es un libro colectivo —donde colabora, entre otros especialistas, el propio Benton— que usa la fotografía como hilo conductor para reunir textos de interés variable e imágenes invariablemente seductoras.
En The Rhetoric of Modernism, el profesor de la Open University relata la emergencia de Le Corbusier como figura pública, que tuvo el doble soporte de sus artículos en L’Esprit Nouveau (después recogidos en libros, desde el celebérrimo Vers une architecture de 1923 hasta los posteriores Urbanisme, L’art décoratif d’aujourd’hui y La peinture moderne), y de las exposiciones, algunas tan espectaculares como la del Salon d’Automne de 1922, donde junto a una maqueta de la Maison Citrohan mostró la Ville Contemporaine con un diorama de 16,25 metros de largo y 5,25 de alto. Ya convertido en un personaje popular —en el mundo de las artes pero también entre sectores anarcosindicalistas y fascistas—, el arquitecto inició una trayectoria de orador con audiencias multitudinarias en universidades o en teatros, orgulloso de mantener la atención de 3 o 4.000 personas durante dos, tres o hasta cuatro horas, una proeza comunicativa que se basaba en el inteligente empleo de las imágenes: las fotografías que proyectaba en una gran pantalla y los dibujos que realizaba con carboncillo y tizas de colores mientras hablaba, y que desprendía del caballete según los iba terminando para colgarlos de una cuerda que atravesaba de un extremo al otro el escenario.
Benton analiza sus métodos de persuasión usando las categorías de la retórica clásica, examina en detalle la gestación de sus dos conferencias más repetidas (la de arquitectura y la de urbanismo) y dedica un capítulo a su ciclo más extenso y justamente famoso, el formado por las diez conferencias que dio en Buenos Aires en 1929, cuyos dibujos sobre el estrado darían lugar a un libro publicado el año siguiente, Précisions. Setenta y siete del centenar de dibujos de ese ciclo se conservan en la Fundación Le Corbusier, y Benton los analiza meticulosamente, como corresponde a lo que considera «la culminación de la revolución arquitectónica de los años veinte», además de «el mejor ejemplo de la estrategia retórica de Le Corbusier», que ha encontrado en el historiador británico un intérprete cabal.
Más dispersa es Le Corbusier and the Power of Photography, una obra coral prologada por Norman Foster que se publica coincidiendo con el 125 aniversario de su nacimiento en La Chaux-de-Fonds, y que no persigue presentarlo como fotógrafo, sino documentar su uso de la fotografía. Carente de paciencia para dominar los aspectos técnicos de luz o enfoque, pero infaliblemente exacto en sus encuadres, Le Corbusier tomó muchas fotografías —sobre todo en sus viajes y frecuentemente con una cámara de cine usada foto a foto— pero casi ninguna se publicó, y pronto se decantó por el dibujo como instrumento de registro: «Me di cuenta de que al confiar mis emociones a una lente olvidaba dejarlas pasar a través de mí... Así que abandoné la Kodak y tomé el lápiz, y desde entonces he dibujado todo, dondequiera que estuviese.» Pese a ello, Benton considera que sus fotografías nos introducen en su imaginación y su estética, y que muchas tienen valor por sí mismas.
Por su parte, la historiadora francesa Catherine de Smet (autora de Le Corbusier, Architect of Books, reseñado en Arquitectura Viva 102) subraya la importancia de la fotografía en sus libros —llegó a publicar treinta y cinco, muchos diagramados por él mismo—, en el marco de una labor editorial que se prolongó hasta el final de su vida; el profesor suizo Arthur Rüegg se ocupa de los collages fotográficos, a menudo en la forma de monumentales carteles o ‘frescos’ en exposiciones, y que habrían de culminar en el extraordinario Poème électronique del Pabellón Philips para la Expo de Bruselas de 1958, cuyo guión confeccionado con fotografías y recortes de papeles de colores es tan emocionante como las litografías del Poème de l’angle droit; y la arquitecta belga Veronique Brone comenta la campaña para promover la Unité d’Habitation, que supuso la primera colaboración con Lucien Hervé, un fotógrafo que se convertiría en el favorito de Le Corbusier, y al que un libro de esta naturaleza hubiera debido prestar más atención, sustituyendo quizá los prescindibles capítulos finales, donde se publican reportajes de fotógrafos contemporáneos sobre su obra y se recopila un conjunto heteróclito de fotos biográficas. Pero el volumen contiene espléndidas reproducciones de imágenes familiares o desconocidas, y esta riqueza visual compensa su deficiente articulación. En conjunto, las dos obras ofrecen un retrato visual e intelectualmente fascinante del talento comunicador de Le Corbusier, que entendió como nadie la necesidad contemporánea de conjugar arquitectura y propaganda.