Catástrofe, desastre, apocalipsis: frente al temor existencial suscitado por el cambio climático, las pandemias o la inteligencia artificial, un grupo de autores invita a contemplar el futuro de la humanidad con optimismo activo. Los riesgos que amenazan la supervivencia de nuestra especie en el planeta han puesto en marcha un movimiento social contra el colapso climático, Extinction Rebellion; han movido a empresarios como Elon Musk, Jeff Bezos o Richard Branson a promover viajes espaciales, argumentando que hay que ir al espacio para salvar la Tierra: y han estimulado la publicación de innumerables análisis, desde la reflexión filosófica de Toby Ord en The Precipice, que juzga la inteligencia artificial la mayor amenaza del futuro, hasta la arqueología elegíaca de David Farrier en Footprints, que imagina los restos fósiles de nuestra civilización extinta. Pero esos mismos riesgos han suscitado propuestas que invitan a enfrentarse con los grandes desafíos de la humanidad en esta hora, y que aquí se reseñan de forma telegráfica.
El historiador Niall Ferguson aborda, con las herramientas intelectuales de la big history y su conocida pericia narrativa, un catálogo de calamidades que abarcan guerras, hambrunas, terremotos, accidentes o epidemias —la covid-19 ocupa un tercio del libro—, y su argumento esencial es que las catástrofes tienen siempre una dimensión política, porque incluso las de origen natural impactan de una forma que depende de la resiliencia o la fragilidad de la sociedad que las sufre, como ha evidenciado la actual pandemia. Su tipología de los desastres (‘rinocerontes grises’ previsibles, ‘cisnes negros’ imprevistos y ‘reyes dragón’ desastrosos) es tan sugestiva como su exploración de la psicología de la incompetencia política, una patología común a los populismos y a las democracias.
Por su parte, el tecnólogo, empresario y filántropo Bill Gates propone medidas pragmáticas para evitar un desastre climático, que van desde las inevitables fuentes renovables hasta la más polémica energía nuclear, aunque lo esencial de su programa es la descarbonización de la electricidad, que debe lograrse a través de innovaciones técnicas y medidas impositivas. Para conseguir un nivel cero de emisiones, un objetivo que juzga a nuestro alcance, el fundador de Microsoft aboga —en contraste con tantos tecnolibertarios—por combinar el poder del Estado con las iniciativas del mercado, y abordar la reorganización imprescindible de la economía global en la agricultura, la industria, el transporte o la construcción, donde dedica análisis minuciosos a asuntos como el cemento o el acero bajos en carbono, tratados con el mismo ‘optimismo informado’ que anima toda la obra, inevitablemente clausurada con un epílogo sobre el impacto de la covid-19 en el cambio climático.
Tambien propositiva es la obra del activista medioambiental Michael Shellenberger, que tras treinta años de dedicación a un ecologismo positivo, humanista y racional, se enfrenta con herramientas científicas y pragmatismo político al ambientalismo apocalíptico y al alarmismo extremista de grupos como Extinction Rebellion. Elogiado por autores como Steven Pinker o Jonathan Haidt, el periodista californiano desgrana las verdades y mentiras de un movimiento que ha llegado a convertirse en una religión, argumentando que los pulmones de la Tierra no están ardiendo, que la llamada ‘sexta extinción’ de especies no tiene la dimensión que se le atribuye, o que el consumo de carne no merece demonizarse. Defensor de la energía nuclear, asegura que la polarización entre los que niegan el cambio climático y los que lo exageran se está debilitando, porque al cabo la mayoría quiere tanto prosperidad como naturaleza.
La escritora premiada con el Pulitzer Elizabeth Kolber explora a su vez cómo los humanos estamos creando la naturaleza del futuro a través de la geoingeniería, y relata con tanta inteligencia como amenidad sus viajes a los lugares donde se desarrollan los proyectos más estimulantes, del desierto del Mojave a los campos de lava de Islandia. En sus reportajes, la redactora de The New Yorker expone con sobriedad el desafío de contener el cambio climático a través de experiencias como la captura de carbono o la siembra de partículas en la estratosfera para dificultar la radiación, enfriando la Tierra y transformando el cielo azul en blanco, y se pregunta sobre la legitimidad ética de estos empeños tecnológicos. Sólidamente investigado y admirablemente escrito, el libro de Kolber es una crónica de la devastación del mundo natural, pero también de los esfuerzos de la ciencia por proteger del desastre climático un planeta que es tanto nuestro como de las demás especies, y subraya esa atención a la diversidad listando en un apéndice el nombre científico de las setenta especies mencionadas en su relato.
Muy diferente es el volumen del historiador Dipesh Chakrabarty, que se enfrenta al ‘planeticidio’ reclamando una aproximación humanista y crítica al Antropoceno, con un ensayo de talante filosófico y gran ambición teórica, por cuyas páginas desfilan desde Kant y Hegel hasta Heidegger y Wittgenstein, pero especialmente deudor del pensamiento político de Hannah Arendt o Carl Schmitt —muy inesperados compañeros de cama— y de los enfoques ecológicos de Bruno Latour o Isabelle Stengers. Atenta siempre a la visión holística y de largo alcance que propone la deep history, la antropología del profesor de Chicago vuelve a plantear la vieja cuestión de la condición humana en el marco nuevo de la historia geobiológica del planeta, en diálogo polémico con la ‘academia radical’ de Jason W. Moore o Andreas Malm (cuyos últimos libros se reseñan en páginas anteriores), pero sin excluir un compromiso íntimo con las víctimas —humanas o no— de los desastres climáticos, a las que dedica su obra, centrándose en las que perecieron recientemente en los incendios de la Australia donde enseñó largo tiempo o en el ciclón del golfo de Bengala que azotó la Calcuta donde se crio.
La naturaleza ha irrumpido en la historia, y todas las disciplinas —comenzando por la propia arquitectura— reescriben su pasado desde la óptica del clima, la energía o las pandemias. Si la geografía y la economía fueron las grandes protagonistas de la escuela de los Annales, la geología y la biología fertilizan los ambiciosos relatos de la gran historia y la historia profunda, haciéndonos conscientes de nuestro viaje compartido en este pequeño planeta azul, hoy alterado por el impacto de nuestra especie. Los pasajeros de la nave espacial Tierra nos sabemos en esta hora habitantes del Antropoceno, y no tenemos otras herramientas para enfrentarnos a los peligros de la expedición que el conocimiento científico y la innovación técnica, soportados por la cohesión política y la solidaridad. Nuestra especie es relativamente joven, y no merece perecer de éxito: el apocalipsis que algunos anuncian no es un destino tenebroso, sino una advertencia sombría que servirá de estímulo para un renovado ejercicio de supervivencia.
El País. Niall Ferguson: “Las cosas van muy mal en EE UU. Trump volverá”