Après nous, le déluge. Dos ensayos recientes se abren con la frase atribuida a Madame de Pompadour con ocasión de la derrota de las tropas francesas frente a las prusianas en 1757, y ambas extienden su interpretación habitual de epitafio del Ancien Régime para usarla como emblema de la deriva suicida de la modernidad y el capitalismo. El filósofo Peter Sloterdijk cree que la supervivencia de la civilización está amenazada por la quiebra moderna de la transmisión generacional inducida por el fantasma de la libertad, y en su última obra (que en la edición francesa lleva precisamente por título la ocurrencia de la amante oficial de Luis xv) asegura que «los desinhibidos de hoy no celebran entre Saint Moritz, Dubái y Moscú fiesta alguna en la que no penda en el aire la célebre frase de la marquesa». Por su parte, el sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot —animadores junto con Antonio Negri del grupo Question Marx en la Sorbona—, que proponen ‘lo común’ como la alternativa política frente a un ‘cosmocapitalismo’ que está destruyendo las condiciones de vida en el planeta, ponen la frase en labios del monarca francés para afirmar que «el verdadero ‘espíritu del capitalismo’ nunca fue mejor plasmado que con la expresión atribuida a Luis xv: ‘¡Después de mí, el diluvio’!» Son dos libros casi opuestos en su diagnóstico y en su talante, y sin embargo hermanados por el malestar que manifiestan ante la modernidad.
Sloterdijk deplora caudalosamente el hiato revolucionario que rompió la transmisión apacible de la herencia paterna a los descendientes, fracturando la filiación material y simbólica con una tabula rasa que exige el reinicio permanente, tras el hundimiento del mundo apocopado en el diluvio de la marquesa. Así, la revolución permanente de Trotski, la improvisación permanente atribuida por John Cheever al American way of life, la compensación permanente reclamada por Freud, la movilización permanente de Mao, la conversión permanente de Sartre, la insurrección permanente de Camus, la innovación permanente de Schumpeter o la usurpación permanente que defiende el carnaval del arte contemporáneo: «Lo que profetizó la marquesa fue el diluvio permanente». En esa deriva al abismo, el filósofo elige siete episodios —la ejecución de Luis XVI, la coronación de Napoleón, el nacimiento del dadaísmo, el fusilamiento del Zar y su familia, los procesos de Moscú, el discurso de Himmler en Poznan y los acuerdos de Bretton Woods a los que seguiría el abandono del patrón oro—, que constituyen otros tantos escalones en el engendramiento de los monstruos bastardos creados por la libertad moderna. Criticado en Alemania por su visión apocalíptica de las consecuencias de la Ilustración, el libro del filósofo es un retrato sombrío de lo contemporáneo, pero también una defensa elocuente de la tradición y la jerarquía, y advierte a los enfants terribles de la Edad Moderna de que «no puede ser dañino ejercitarse en el olvidado arte del durar».
Laval y Dardot, al calor de las luchas actuales contra el neoliberalismo, ofrecen una base teórica a los movimientos altermundialistas y ecologistas que pueda romper «la falsa alternativa, en espejo, entre el Estado y el mercado» a través de ‘lo común’, cuestionando la base filosófica, jurídica y económica del capitalismo, y a la vez dando la espalda al comunismo estatal. Inspirados por Arendt y Castoriadis, pero sobre todo por Proudhon, cuya herencia intelectual reclaman, los profesores franceses describen la emergencia de lo común, demandan —en diálogo con Schmitt, Luhmann y la Commonwealth de Hardt y Negri— un poder instituyente que ponga en cuestión la propiedad privada, piedra angular del capitalismo, para reemplazarla por el derecho de uso, y proponen una ‘federación de los comunes’, advirtiendo que no debe confundirse «un ‘federalismo judicial’, en el que es la Corte Suprema la que con sus interpretaciones es garante de la Constitución, y un federalismo que promueve el referéndum, en el que es el pueblo, a través de su voto directo, el garante último», cita de la que quizá han tomado buena nota nuestros ‘comunes’ catalanes. Sea el diluvio de nuestros días el naufragio de la tradición o la tormenta del capital, el malestar con la modernidad ha hecho subir las aguas del populismo, y esta inundación no remitirá mientras sigan brotando las fuentes económicas y sociales que lo alimentan.