Acogido al buen hacer del viejo arte de la edición de libros, Cátedra pública del profesor Antonio Bonet Correa, ampliamente revisado, el discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que hoy es su director. Los cafés históricos, ampliado en tres apéndices generosamente ilustrados, recorre los recintos culturales e historias de los cafés en una amplia y detallada geografía internacional. Por sus páginas afloran textos y testimonios de las diferentes generaciones, aquí acotadas, en una breve antología poética que recorre los finales del siglo XIX y el XX, maclando el sentir romántico con la poliédrica mirada de los nuevos lenguajes plásticos de las vanguardias en sus manifestaciones iconográficas más señaladas.
Un recorrido por la pintura de historia y la escenografía de costumbres del siglo XIX, los cafés de los impresionistas o los ensimismados personajes de Hopper ante el ‘néctar negro’. La presencia de los cafés parisinos, en estas páginas que relata el autor, nos traen el eco del cantor de baladas; en ellas el profesor Bonet Correa no quiere olvidar su larga estancia del París universitario y, así, deja una impronta de imágenes, historias, leyendas, confidencias, relatos en fin, de esa geografía de peregrino urbano.
En este acotado, pequeño atlas del caphé, no podían estar ausentes los espacios de la arquitectura, que recogen tantos tiempos vitales, y , así, aparece descrita e ilustrada con una retrospectiva historiográfica las escuetas postales del Café De Unie de J.P.P. Quud (1923); el solitario Blue Café de Stuart Davis (1928); la áulica galería del Caffe Greco de R. Gatusso (1976); sin olvidar la secuencia de cafés del distrito comercial del Chiado (Café A Brasileira) tan bien narrados en las páginas de Eça de Queiroz.
Leo y veo, en estas trescientas cuarenta páginas del profesor Bonet Correa, la larga y concisa historia de estos lugares de democrática intrascendencia, que me invitan a la reflexión sobre el tiempo y me invocan a discernir el futuro, al norte del recuerdo, como refrenda esta lírica secuencia de imágenes. Espacios cargados de lecturas, saberes, dichos de belleza, de los pequeños cantos del hombre, misteriosos o banales. Un lenguaje acotado en la temporalidad, que se relativiza en la función de los diálogos, sus debates y proyectos, en la gestualidad de las manos y miradas. Recinto que acoge, el narrar de la balada, ordenando el pequeño jardín de escritos y palabras al borde del blanco y circular mármol que congrega a la tertulia de la asamblea.
Yo veo, en estas páginas, en estos recortes de imágenes sepultados en el olvido, celebrar las palabras de la vida, celebrar la gloria de tantas y tan abultadas historias, tal vez, que nunca acontecieron, pero que se derraman y renacen por el dialogo fértil, recuperando aquellas inverosímiles hazañas, que cultivaban con ardor nuestro adolescente imaginario.
La noche se amplía en estos lugares, en minúsculos anfiteatros, donde las palabras alimentan, como entonces, el temblor de los amores de una jornada ordinaria, envuelta en la velada niebla de una invisibilidad pactada. En otros escenarios colindantes, los juegos del trabajo artesano tratan de mostrar los afanes de las venales cosechas entre la ignorancia y el saber, entre la imaginación y la epopeya que atesoran los recuerdos. Larga y concisa historia la de estos lugares, minifundios de la cultura del dialogo, hoy ya desaparecidos, marcados y narrados en estas páginas del profesor Bonet Correa, donde el historiador desvela el melancólico sentimiento de la pérdida como una balada de la arcaica memoria.