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Barcelona’s Housing Lesson
La Barcelona pasada es la que todos miramos por su ejemplar modo de hacer ciudad. Pero, como escribía Oriol Bohigas, la ciudad no es la gente: las operaciones que deslumbraron fueron las que se centraron en el espacio público, en las dotaciones, en las infraestructuras; entretanto, los barceloneses seguían alojándose en apartamentos cuya organización poco había cambiado desde la posguerra. Salvo contadas pero muy dignas excepciones, la vivienda, y menos la social, no fue prioridad, y han tenido que llegar una recesión, una emergencia climática y nuevos agentes para que se extienda un genuino interés por superar los modelos habitacionales de ayer.
La Barcelona presente es una conurbación de casi cuarenta localidades que crecen al unísono gracias a la gobernanza del Área Metropolitana, un marco cohesivo que ha facilitado a una nueva hornada de profesionales —arquitectos, pero también constructores y técnicos— los recursos materiales y administrativos para una ambiciosa reformulación de la vivienda desde la célula. Ambiguo como nuestra época líquida, el tipo que han generalizado tiene límites y usos difusos, donde la cocina ocupa el lugar central, se suprime el pasillo y aparecen intersticios con función bioclimática y social: un esquema asequible, flexible e inclusivo para dar cabida a la sociedad de hoy.
La Barcelona futura se vislumbra ya en el catálogo de trabajos residenciales promovidos por el organismo supramunicipal —a través de su empresa pública de vivienda, el IMPSOL— en los últimos diez años, que funciona como un auténtico código de buenas prácticas. En él aparecen casi todos los habituales del panorama arquitectónico barcelonés, lo que confirma el esfuerzo institucional por que el diseño prime sobre el encaje de tablas de superficies, algo que solo puede darse en una rica cultura de concursos y un planeamiento bien entendido. De El Masnou o Sant Boi harían bien en aprender muchos Valdebebas; ahora tienen el manual para no posponer la lección hasta mañana.