La Guerra de los Seis Días abrió una nueva etapa en la atribulada historia de Oriente Medio, una geografía convulsa cuyas fracturas provocan grietas lejos de sus epicentros, y cuyos temblores se extienden hasta hoy. El 7 de junio de 1967, el ejército israelí ocupó Jerusalén Este, abriendo paso a la ‘unificación unilateral’ de la ciudad, como la llama Alona Nitzan-Shiftan, la profesora del Technion que ha documentado admirablemente la historia arquitectónica de la primera década de este proceso. Y en diciembre de 2001, los talibanes se rindieron en Kandahar, iniciándose entonces un esfuerzo de reconstrucción del país en el que ha tenido un protagonismo singular el Aga Khan Development Network, dirigido por el español Luis Monreal, cuya recuperación del patrimonio cultural afgano se recoge en un espléndido volumen. En ambos casos, estas ‘arquitecturas para después de una guerra’ suscitan dilemas ideológicos y políticos de extraordinario calado, y los dos libros nos ayudan a entender mejor las raíces culturales de estos territorios de conflicto.
El uso político de la arquitectura y el urbanismo en Jerusalén tuvo en los primeros compases de la unificación una dimensión cultural que entró en resonancia con la crisis de la modernidad arquitectónica abierta por esas mismas fechas. Frente a la visión tradicional de los arquitectos desbordados por las presiones políticas, o la más crítica que los ve como colaboradores en un proyecto de hegemonía territorial, la profesora israelí analiza minuciosamente la relación entre la modernidad arquitectónica y la política —que asocia a la construcción de la identidad nacional por el sionismo—, y diferencia tres visiones de la democracia que tendrían un protagonismo sucesivo: la comunitaria de los arquitectos ‘sabras’ —nacidos en Israel—, que con una combinación de brutalismo y regionalismo (una especie de neo-orientalismo basado en el vernáculo palestino) quisieron recuperar el espíritu del lugar para conformar una identidad cultural común; la liberal expresada por el carismático alcalde Teddy Kollek, que considerando Jerusalén ‘ciudad sagrada’ de la humanidad prefirió proteger el mosaico de identidades religiosas y étnicas existentes, concentrándose en el embellecimiento del núcleo histórico; y la universalista defendida por los numerosos asesores internacionales convocados a intervenir en la ciudad, desde Louis Kahn o Buckminster Fuller hasta Lewis Mumford, que confiaban en poder desbordar con su propuestas cualquier género de nacionalismo. Un relato lúcido y fascinante que se cierra con una nota melancólica, dando por inevitable el antagonismo social que subyace a la democracia agonista de Chantal Mouffe (aquella que no busca el consenso, sino la canalización del conflicto), y aceptando que el «genius loci de Jerusalén no reside sólo en su topografía y santidad, sino en sus divisiones y fronteras y opresión.»
En contraste con esta variedad de intenciones, el espíritu que anima la intervención del Aga Khan en Afganistán se basa en el uso de la arquitectura como herramienta para «una definición contemporánea de la identidad del país», y en este propósito esencial ha canalizado más de 1.000 millones de dólares para la protección y rehabilitación de su patrimonio histórico en Kabul, Herat, Balkh y Badakhshan, con proyectos tan significativos como la regneración de Bagh-e Babur, los jardines aterrazados que contienen la tumba de Babur, el fundador del imperio mongol; la reconstrucción de la Ciudad Vieja de Kabul dañada por la guerra; o la transformación en museo de la Ciudadela de Herat. Al cabo, una labor que se ha extendido a más de 120 monumentos, recogidos en el libro compilado por Philip Jodidio con excelentes fotografías y elegantes plantas y secciones que ofrecen un deslumbrante retrato del patrimonio arquitectónico afgano: una herencia histórica e identitaria de ciudades, edificios y jardines que el conflicto no ha podido hacer desaparecer, y que evidencia la pluralidad de culturas, civilizaciones e imperios que se han dado cita en este cruce de caminos de la antigüedad.
Jerusalén y Afganistán: arquitecturas traumatizadas por las guerras y movidas por políticas identitarias, pero levantadas sobre el soporte estratificado de un patrimonio milenario y plural, en el marco de unas geografías todavía hoy convulsas.