Peter Eisenman es un arquitecto tardío. Philip Johnson, que fue en muchos sentidos su mentor, solía describirlo como un dark horse, usando un término trasladado de la jerga hípica a la política que denomina ‘caballo oscuro’al candidato inesperadamente vencedor, por analogía con el caballo desconocido que triunfa en una carrera. Peter David Eisenman, desde luego, no ha sido precisamente un personaje anónimo de la escena arquitectónica, pero su irrupción en ella como autor de edificios y candidato a la construcción de obras emblemáticas es más bien reciente. Ahora que su esposa Cynthia Davidson ha compilado su obra completa —venciendo los recelos de quien no desea dar su trayectoria por cerrada—, podemos hacer algunas constataciones estadísticas: de los 59 proyectos destacados, sólo 7 corresponden a las dos primeras décadas de su carrera, que se extienden desde el primer concurso en 1960 hasta la asociación con Jacqueline Robertson en 1980; los restantes (52 proyectos) corresponden a esa etapa de colaboración y al posterior trabajo autónomo de Eisenman Architects desde 1987 hasta hoy, lo que da una idea de lo significativo del viraje producido al iniciarse los ochenta.
Cuando en 1982 cierra el Institute of Architecture and Urban Studies, que había sido su plataforma profesional durante tres lustros (la revista vinculada al IAUS, Oppositions, había dejado de publicarse en 1981), Eisenman tiene 50 años y sólo cuatro casas construidas en su haber; pero a partir de esta fecha se multiplicarán las obras —las viviendas sociales de la IBA berlinesa; los centros de arte Wexner y Aronoff, y el centro de convenciones de Columbus, todos ellos en Ohio; las oficinas japonesas de Koizumi y Nunotani; el estadio para los Cardinals en Arizona; el Memorial del Holocausto en Berlín; y la aún en construcción Ciudad de la Cultura de Galicia, su realización más colosal— y, curiosamente, también los libros, desde las monografías de proyectos o las colecciones de textos hasta publicaciones sobre asuntos largamente acariciados, como el estudio sobre Terragni que vio finalmente la luz en 2003 tras cuarenta años de gestación.
Al mismo clima de balance que el libro de Terragni corresponden las dos publicaciones aquí reseñadas, su tesis doctoral de 1963 —que apareció traducida al alemán en 2004 y se ofrece ahora como facsímil del original en inglés—, y la obra completa, que se presenta simultáneamente en inglés, alemán y castellano. La tesis, realizada en la Universidad de Cambridge bajo la dirección de Sir Leslie Martin durante los tres años que el norteamericano pasó en Gran Bretaña, había permanecido inédita hasta la fecha (con la excepción del extracto publicado en la revista AD el mismo año de su lectura), y explora las preocupaciones formales que guiarían como un hilo rojo la carrera posterior de Eisenman, preferentemente expresadas a través del análisis gráfico de obras de Le Corbusier (Pabellón Suizo y Cité de Refuge), Wright (casa Martin y casa Coonley), Aalto (Saynatsalo y Tallin) y Terragni (Casa del Fascio y escuela de Como), autor este último que se convertiría en su referencia favorita tras el conocimiento directo que le brindaron sendos veranos de viaje en compañía de Colin Rowe.
La huella del historiador y crítico británico es manifiesta en la tesis, y su lectura atenta no puede sino confirmar la interpretación convencional que vincula los análisis formales de las villas de Palladio realizadas por Rudolf Wittkower en Los fundamentos de la arquitectura en la edad del humanismo, la traslación de esos análisis diagramáticos a las villas de Le Corbusier por Rowe (que había sido discípulo de Wittkower en el Instituto Warburg), con imágenes tan reveladoras como la famosa comparación de La Malcontenta y Garches en «Las matemáticas de la vivienda ideal», y los prolijos dibujos analíticos de Eisenman, que a su pertinencia y provocación intelectual añaden una gran destreza en el trazo a mano alzada y en la hermosa caligrafía de palo seco. Esa genealogía Wittkower-Rowe-Eisenman (con síntomas reveladores como la común pasión de los tres por el barroco romano de Carlo Rainaldi) resulta convincente, y no estoy seguro de que el inteligente artículo de Guido Zuliani en Tras el rastro de Eisenman —que procura desplazar el énfasis desde el estructuralismo de los análisis formales de Wittkower hacia la iconología de otro maestro de la galaxia Warburg, Erwin Panofsky— consiga modificar la interpretación habitual.
Pero la tesis, como Eisenman subraya en un epílogo fechado en 2006, está igualmente bajo la influencia de otro trabajo doctoral desarrollado en parte en la misma Universidad de Cambridge por el entonces matemático Christopher Alexander, las Notas sobre la síntesis de la forma: una obra de impacto colosal desde su gestación, y que daría lugar a la escuela de Cambridge de análisis matemáticoformal de la arquitectura —en línea con la ‘revolución cuantitativa’ en las ciencias sociales promovida durante esos años desde aquella universidad— expresada en los estudios sobre la geometría del entorno edificado de autores como Lionel March o Philip Steadman, discípulos también de Colin Rowe y Colin St. John Wilson, y como Eisenman acogidos a la sabia tutela de Sir Leslie Martin. Esta esperanza estructuralista de fundamentación científica de la forma arquitectónica se extinguió, como es sabido, con el ocaso de la optimista década de los sesenta, y los análisis formales de las obras derivaron hacia rutinas pedagógicas tan eficaces y triviales como las de Francis Ching, que en 1979 utilizaba el dibujo y el orden geométrico para promover mecanismos de interpretación del espacio y la forma arquitectónica que aún se reclamaban deudores de Wittkower y Rowe.
Hasta la fecha, la obra de Eisenman se ha venido recogiendo en diferentes monografías, pero ninguna con la ambición inclusiva de la aparecida ahora, donde la mención de los ‘rastros’ de su trayectoria obedece a la voluntad de presentar la obra del arquitecto entreverada con artículos críticos que la comentan siguiendo vagamente la epistemología morelliana de los indicios, un recurso detectivesco que en la versión inglesa de traces tiene el sentido añadido de las trazas que característicamente dibujan tanto los proyectos como el propio recorrido intelectual de un autor empeñado en la subversión semántica y sintáctica de la arquitectura a través de sus trazos formales. Esos artículos, al igual que las memorias de los proyectos, se componen tipográficamente en pequeñas hojas superpuestas a ilustraciones o facsímiles de mayor tamaño, dando a la publicación el aspecto estratigráfico, tensionado y en ocasiones hermético que Jacques Derrida introdujo en algunos de sus libros, como cuando presentaba en paralelo la Mimique de Mallarmé y el Filebo de Platón, con un ánimo de metáfora visual e innovación editorial presente siempre en las obras de Eisenman, desde su tesis doctoral —cuya versión actual reproduce el formato cuadrado original, para el que necesitó un permiso especial de la universidad, y la pionera disposición de las notas en los márgenes— y hasta este último producto de su fértil factoría de ideas y de formas.