El éxito obtenido con la exposición y el libro dedicados a Félix Candela con motivo de su centenario, ‘La conquista de la esbeltez’, ha permitido a la Fundación Juanelo Turriano la realización de un proyecto largamente querido: recordar, estudiar y divulgar la figura del ingeniero Ildefonso Sánchez del Río Pisón, coetáneo de Eduardo Torroja, Carlos Fernández Casado o del propio Candela, y desgraciadamente poco conocido.
El formato escogido es similar al del homenaje a Félix Candela, exposición y libro. Como en aquella ocasión el volumen, editado por Pepa Cassinello y Bernardo Revuelta Pol, recoge textos de distintos autores (Fernando Sáenz Ridruejo, Javier Manterola o José Antonio Torroja entre otros), que ofrecen una visión complementaria de la creativa y fructífera personalidad de Sánchez del Río.
Los textos sitúan sus aportaciones dentro del contexto de la arquitectura moderna y los ingenieros de la Generación del 27, y cubren sus diversas actividades y proyectos. Se abarcan así los depósitos de agua de su época de ingeniero municipal de Oviedo y los ‘paraguas’ de hormigón armado, que construyó a lo largo de toda su vida alcanzando el récord de cuarenta metros de diámetro, con especial atención al Mercado de Pola de Siero, una estructura especialmente atractiva.
Mención especial merecen las patentes cerámicas para forjados y cubiertas, y en particular la dovela-onda, que desarrolló en su propia fábrica Río-Cerámica, fundada en 1942 (dos años antes había sido también cofundador de Dragados y Construcciones). Con las dovelas-onda, formadas por piezas cerámicas aligeradas y hormigón, resolvió cubiertas industriales de hasta 35 metros de luz, y ya al final de su carrera realizó la que sin duda es su gran obra, el Palacio de Deportes de Oviedo, en la que salva con gran atrevimiento cien metros de luz.
A lo largo de los distintos textos tres calificativos se repiten insistentemente al valorar y analizar la trayectoria y realizaciones de Sánchez del Río: audacia, ingenio e intuición. En la época actual, caracterizada por la enorme potencia y sofisticación de los sistemas de representación, cálculo y ejecución, los ingenieros corremos el riesgo de dejarnos neutralizar por estos medios auxiliares, ocupándonos más de modelizar y calcular que de pensar y proyectar. Se hace así necesario recordar y recuperar estas tres características, origen y núcleo central de la verdadera ingeniería: audacia, ingenio e intuición.