A la perspicaz mirada de Diego Santos, el testimonio fotográfico de Carlos Canal y la brillante capacidad analítica de Juan Antonio Ramírez corresponde el alumbramiento de El estilo del relax, cuya grata existencia debe más a la voluntad de sus coautores que a la consistencia del entramado teórico que lo sustenta, que en muchos aspectos no rebasa la cualidad de lo anecdótico. Se trata, como señala oportunamente Maite Méndez Baiges en El relax expandido —libro que acompaña a esta reedición de El estilo del relax—, de un readymade surgido de la agudeza de Santos, que emana de una época en la que se vulgarizan ciertos consumos antaño aristocráticos, proceso que los autores confinan a la Costa del Sol, aunque bastantes de sus estilemas aparezcan en otros lugares de costa y, con clara antelación y mayor frecuencia, en las manifestaciones icónicas de la cultura de masas de la generación norteamericana de postguerra. En las comedias de Hollywood y en los cómics y publicaciones glamourosas de los 1950 están muy presentes algunos de los rasgos de El estilo del relax.
En España, este tipo de manifestaciones tenía una lectura de mayor calado connotativo, por cuanto significaba el acceso a la modernidad, que implicaba una manera de vivir más tolerante; un estilo de vida que, como acertadamente se indica, constituye el núcleo identitario del relax. Despojando a lo cotidiano de la severidad del franquismo ultraconservador, esta propensión banalizante incluía una relajación de costumbres que jugaba un benéfico feedback respecto del turismo: un ambiente tolerante propiciaba los flujos de visitantes extranjeros, pero, a su vez, la sociedad aprovechaba los cambios de costumbres que concitaba su presencia.
Por ello, y porque unas cuantas arquitecturas del relax cumplen funciones turísticas, Ramírez primero y luego Méndez ceden a la tentación de considerar que es un estilo directamente emparentado con el turismo de masas en la Costa del Sol. El somero examen de las piezas seleccionadas muestra, sin embargo, una amplia diversidad funcional en la que las edificaciones destinadas al turismo conviven, en minoría, con otras que sirven a otros propósitos (viviendas, colegios, cines, gasolineras e incluso iglesias) y que constituyen el grueso de los vestigios emblemáticos del estilo.
Cabría entonces pensar que el argumento genealógico del relax sea la CN-340, pero lo cierto es que construcciones como las reseñadas pueden verse en otros lugares de España, especialmente allí donde la demanda turística subvertía los postulados de la edificación convencional y permitía introducir nuevos elementos distorsionadores y paradójicos: en la costa levantina e incluso en la catalana no resultan infrecuentes. Lo que diferencia a estos ámbitos de la CN-340 es, sobre todo, que han carecido de una mirada perspicaz y una inteligencia analítica equivalente a las que alumbraron El estilo del relax.
Parece, por tanto, que el verdadero ámbito del relax es fundamentalmente cronológico y no geográfico, pues no puede confinarse a los márgenes de la carretera vertebradora de la Costa del Sol, por más que haya sido el único escenario recreado por Santos, ni tampoco funcional, toda vez que las edificaciones que se interpretan como propias del estilo no son mayoritariamente turísticas, pues los tipos edificatorios que se reconocen como tales, y que han dado lugar a procesos de normalización y estandarización, no encuentran expresión alguna en el relax, entre otras cosas porque estos tipos se han ido consolidando y depurando con el paso del tiempo y el momento cumbre del relax es esencialmente prototurístico.
Pretender que el relax es un estilo que constituye la «expresión visual del turismo estacional» (redundancia banal, pues todo turismo es forzosamente estacional) es, como mínimo, arriesgado, pues aunque contiene ciertas formas elementales recurrentes, éstas no alcanzan a convertirse en un estilo diferenciable. Los tipos más acreditadamente turísticos son, en todo caso, ajenos a El estilo del relax y han creado otros estilos propios de menor interés cultural, pero de muy superior eficiencia tecno-económica: hoteles-fábrica para el turismo de masas convencional, hoteles-resort para el turismo de masas con ínfulas exóticas, apartamentos turísticos de gestión unitaria, parques temáticos, cruceros. En todos estos casos, y frente a las analogías formales que aporta la homogeneidad cultural de su clientela, la arquitectura turística resuelve la complejidad de las demandas con productos tipológicamente diversificados aunque provistos de estilemas uniformizadores que los hacen reconocibles por la clientela.
En cualquier caso, la cuestión crucial que se deriva de una lectura crítica de El estilo del Relax y de su expansión es la constatación de la escasa importancia que la arquitectura culta ha tenido respecto al turismo de masas, pues apenas ha superado un contenido meramente instrumental, aunque revestido de argumentos banalizantes que intentan transmitir la gratificación expectante de una experiencia vital sin complicaciones.
Lo decisivo, aunque se mencione de manera parca y desganada, es el urbanismo, que es capaz de proponer escenarios urbanos y territoriales diversos y modelos turísticos diferenciados que son altamente beligerantes en asuntos trascendentales: determinan el tipo de demanda y el uso del tiempo- espacio; resuelven (con distinto grado de acierto) los requerimientos infraestructurales y funcionales propios de la actividad y definen su impacto medioambiental y económico; estimulan la acumulación y la densidad (es decir, la complejidad y el mestizaje) o, alternativamente, producen aburridos y extensos suburbios monofuncionales abundantemente clorófilos; generan espacios densos y concentrados para el disfrute de las masas subalternas o planean recintos aislados para el goce exclusivo de los elegidos. Lo cual va inevitablemente más allá de El estilo del relax que es, como máximo, una reflexión irónica para estetas iniciados.