El desaforado complejo para el arte que las autoridades qataríes están levantando en el centro de Doha —y que cuenta con obras como el Museo de Arte Islámico de Ieoh Ming Pei o el Museo Nacional de Jean Nouvel— dispondrá de una nueva pieza no menos ambiciosa que las anteriores: el Centro Cultural Art Mill, cuyo concurso acaba de ganar Alejandro Aravena.

Seleccionado entre 489 propuestas, e imponiéndose a siete finalistas, el proyecto de Aravena distribuye el programa (salas expositivas, aulas y espacios para eventos) en dos piezas conectadas entre sí. Por un lado, un severo y extenso plinto que se levanta para crear una plaza más bien desangelada. Por el otro, un racimo de torres dispuestas con el rigor de un silogismo y que son el resultado de combinar dos familias: la de los depósitos del silo de grano preexistente, y la nueva de las torres de refrigeración.

El poderoso y a un tiempo arisco edificio que resulta de esta combinación no deja de hacer alarde de su monumentalidad (Aravena tiene la rara habilidad de combinar la querencia por el monumento con el discurso social), y puede verse a la postre como una versión posmoderna de la vieja obsesión por los silos que arquitectos como Gropius o Le Corbusier convirtieron en seña distintiva de la modernidad.