Robert Venturi
Filadelfia, 1925
Charlie Brown ha debido leer Complejidad y contradicción, uno de los textos fundamentales de los años sesenta. Envalentonado, se ha decidido a remodelar la caseta de Snoopy con un poco de bricolaje. Y le ha resultado como a tantos arquitectos aficionados: que la cosa ha quedado regular. El perrito está chasqueado, porque ya no podrá tumbarse encima del tejado para soñar y filosofar, y además ya no parece una casilla canina. Charlie solloza, o más bien aúlla con su bocaza, y su compañerita Lucy intenta corregirle tirando de la manga del padre de la fatídica idea de la complejidad. Creo que es la única viñeta sin tan siquiera una maqueta de la obra del arquitecto; la obra está aludida, remedada, pero ausente.
La pastoral del primer Venturi hizo estragos intelectuales entre los jóvenes desesperados por la repetición y el anonimato de los tópicos del Racionalismo y del Funcionalismo arquitectónicos. Venturi había venido de Roma y había conseguido ver las cosas de otra manera; el Barroco le había seducido con su juego plástico y su capacidad imaginativa. Así que nos hizo ver lo que no sabíamos: lo aleatorio, lo caprichoso, lo que no era recto ni funcional, ni simple ni moderno. A la visión curva del Barroco le añadió los iconos del pop americano, empezando por las banderas como Jasper Johns, y rescató lo trivial para exaltarlo como una categoría de la libertad. Le había fascinado Italia, como a Kevin Lynch, pero además de las imágenes de la ciudad tradicional había visto lo casual y lo único.
Después de Venturi parecía más fácil ser genial. Eso le pasa a Charlie, que de suyo es un dibujo de una era demócrata, funcional y simple. Se considera plano; quiere ser genial y añadir algo a la humilde y elemental caseta de Snoopy. Añadir es una actitud que inmediatamente desarrollará la posmodernidad, algo contradictorio y por tanto un delito para los modernos, como denunciaba el arquitecto Roark encarnado por Gary Cooper en El Manantial. Y sin embargo, ese Charlie plano ya era genial por mérito propio. Las incontables tiras de Schulz configuraron un humor casi universal donde luego han venido a vivir otros personajes, desde Garfield hasta Calvin, un mundo doméstico lleno de miradas y silencios. Y sin arquitectos.