El presente libro es la edición inglesa del publicado por Editions du Seuil a finales del pasado año, y que en francés se titula Contacts. Le Corbusier - Lucien Hervé. Hay igualmente edición en alemán, en Schirmer/Mosel, también del 2011, con un título similar al francés (Le Corbusier - Lucien Hervé. Kontakte).
Su interés radica en que reproduce con gran calidad 200 cartulinas de fotografías escogidas a partir del total de 1.200, encuadernadas en forma de álbum, que se encuentra en la Fundación Le Corbusier de París. Los cerca de 20.000 contactos de este estupendo álbum son la selección que Hervé fue haciendo a medida que fue fotografiando, una tras otra, y a lo largo de la década y media que duró su colaboración, las obras de Le Corbusier. Hervé hacía en su laboratorio dos contactos de cada placa o carrete. Uno lo destinaba a su archivo, y con el otro, que manipulaba convenientemente, montaba unas hojas de cartulina que entregaba a Le Corbusier. Esta duplicación, junto con un sistema unificado de etiquetado, rotulación y clasificación, le permitía a Le Corbusier dar instrucciones acerca de las copias que necesitaba para construir la imagen pública de su obra.
Pero estas cartulinas no son sólo el resultado de una primera criba, hecha a partir del material en crudo, sino que también muestran claramente, por la manera con que Hervé dispone las fotografías sobre ellas, su voluntad de ordenarlas para construir una ‘narración’. Es de admirar la imaginación que, con tal de no adoptar retícula rectora alguna, pone a contribución el fotógrafo cuando sitúa sus pequeños cromos sobre la cartulina de 23,5 por 31 cm. Y como además cada fotografía tiene su propia relación alturaanchura (Hervé reencuadraba sobre el contacto recortándolo con unas tijeras, eliminando sin posibilidad de vuelta atrás lo que no le interesaba), el lector en seguida llega a la conclusión de que cada cartulina constituye un mundo en sí mismo.
La selección de 200 cartulinas reproducidas a escala 1:1 representan 16 obras, desde el pabellón de Suiza en la Ciudad Universitaria de París (1930) y el edificio de apartamentos de Le Corbusier en la Rue Nungesser- et-Coli (1931), hasta el Pabellón Philips de la Exposición Universal de Bruselas de 1958, pasando por la Unité d’habitation de Marsella (1945), Ronchamp (1950), la cabaña en Roquebrune (1951) y las obras en India (1951-1955). Cada conjunto de cartulinas va precedido de un texto, escrito por Jacques Sbriglio, profesor en la Escuela Superior de Arquitectura de Marsella-Luminy.
El origen de la relación entre el fotógrafo y el arquitecto se sitúa a finales de 1949, cuando tras haber hecho Hervé en un único día 600 fotografías de la Unité de Marsella, se las lleva a Le Corbusier. Este reacciona con entusiasmo y sin más le propone que se convierta en su fotógrafo de cabecera. Hervé acepta sin vacilar. La búsqueda de un fotógrafo que entendiese su trabajo y fuese capaz de aprehenderlo más allá de la simple documentación emuladora de las vistas en alzado había concluido, por fin había encontrado Le Corbusier a alguien que sabía traducir a fotografías el recorrido por sus obras, y que estaba a su altura. Le Corbusier era plenamente consciente de la importancia que tenía para la difusión de su trabajo disponer de un buen material fotográfico. Y también sabía que una actitud fotográfica meramente reproductiva no bastaba. Pero, claro está, no sólo necesitaba un fotógrafo dispuesto a correr riesgos, a tener una visión de la obra del arquitecto y a expresarla, sino uno cuya interpretación coincidiese con la de él, Le Corbusier. Hervé, autodidacta, estaba aplicando el espíritu experimentador de las vanguardias a la representación de la obra de Le Corbusier, y haciéndolo satisfacía el espíritu moderno del arquitecto.
Este es el primer mérito, a mi juicio, del libro: gracias a él no sólo nos percatamos del proceso de trabajo del fotógrafo, sino que además entendemos cabalmente por qué el arquitecto se entusiasmó con la manera que tenía de enseñar sus obras. Hervé realiza un acto deliberado de abstracción, de reducción, para que las dos dimensiones de la imagen fotográfica puedan dar cuenta del total de cuatro dimensiones que tiene el recorrido por la obra, la visita fáctica de lo construido. El manejo del alto contraste, la evitación del angular, la incorporación de la sombra —puesta en situación de igualdad con lo que la provoca—, la inclinación de la cámara para evitar la horizontalidad, el contrapicado, la vista oblicua, todos estos recursos, que ya existían antes de la II Guerra Mundial, Hervé los emplea con sabiduría y cuidadosa dosificación para lograr, en las mejores fotografías, que una maravillosa y desorientadora superposición de planos y claroscuros sea la portadora del ‘espíritu de la obra’. Es inevitable que vengan a la memoria los experimentos del también húngaro László Moholy- Nagy a principios del siglo XX, en particular el hipnotizante artilugio cinético de 1930, el Licht-Raum Modulator. Sólo por ver su réplica vale la pena, dicho sea de paso, visitar la institución que lo alberga, el Bauhaus Archiv de Berlín.
El segundo mérito del libro, en absoluto desdeñable, radica en que permite, en virtud de que nos da acceso al material inicial, al Urtext, que nos construyamos nuestra propia idea de la manera que tuvo Hervé de representar la obra de Le Corbusier, y podamos así trascender las diferentes formas en que esas fotografías fueron utilizadas por el arquitecto.
El riquísimo material fotográfico, publicado por vez primera, va acompañado de unos valiosos textos escritos por Michel Richard (director de la Fundación Le Corbusier de París), Quentin Bajac (jefe del Departamento de Fotografía del Centro Pompidou) y Béatrice Andrieux (comisaria independiente), además de las introducciones a cada obra, ya mencionadas, que escribe Jacques Sbriglio. Todo esto hace que el destino de este libro no sea la mesita de servir el café, sino la del estudio.