Nuevos edificios universitarios
Alma máter
Las universidades son las madres que alimentan el conocimiento, son los depósitos de sabiduría que garantizan la continuidad de nuestra civilización y son los focos de innovación que orientan nuestras sociedades hacia caminos desconocidos. Esta es, al menos, la idea canónica de la universidad que conservamos en Occidente, donde para referirnos a ella seguimos utilizando la expresión, antes viva pero hoy ya arqueológica, de alma mater.
Ha llovido mucho, sin embargo, desde los tiempos del humanismo latino, y la metamorfosis que ha experimentado la universidad, desde su condición original de reducto elitista de letrados hasta el actual de institución masificada para la vulgarización del saber, tiene una inevitable materialización arquitectónica. En origen, los espacios destinados a la universitas studiorum fueron los claustros altos de las catedrales y de algunos monasterios; después, al calor del optimismo renacentista, los prelados y los príncipes rivalizaron por levantar los primeros edificios universitarios que merecen tal nombre, cuyas salas se llenaron de cátedras y bancos de madera, y cuyas fachadas se cubrieron de escudos heráldicos e inscripciones latinas; finalmente, en otro alarde de optimismo, los Gobiernos burgueses se hicieron con el control de la enseñanza superior para crear las primeras grandes universidades donde ya no se formaban sólo teólogos, abogados y médicos sino también ingenieros, arquitectos y los profesionales de las nuevas ciencias humanas. En el siglo XIX, lo edificios universitarios se convirtieron, además, en verdaderos emblemas urbanos, y desempeñaron un papel fundamental a la hora de transmitir aquellos ideales de orden y progreso que fueron tan característicos de la época.
Hoy, la noción de ‘universidad’ ha cambiado mucho. Las grandes instituciones-edificios de antaño han sido sustituidos por una red de centros más pequeños y distribuidos por toda la geografía de los países, del mismo modo que la imagen enfática que hasta el siglo XX asoció el conocimiento al poder político ha dado paso a una iconografía más variada y rica que unas veces pretende sugerir la idea de innovación, otras alude al carácter del lugar, y en ocasiones —cada vez más— se basa en el diálogo entre la nueva instalación y los viejos edificios donde la universidad se asienta.
Este dossier pretende recoger la riqueza y variedad que hoy es propia de los edificios universitarios a través de tres ejemplos a cargo de otras tantas oficinas internacionales. En primer lugar, el LabCity CentraleSupélec en Gif-sur-Yvette (Francia), concebida por OMA como una ciudad en miniatura, flexible y rigurosa; después, el Glasir-Tórshavn College en las Islas Faroe, que BIG ha proyectado como un icono cristalino capaz de activar el lugar; y finalmente, el Skolkovo Institute of Science en Moscú, al que Herzog & de Meuron han dado la forma retórica pero eficaz de un anillo de conocimiento.