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Iñaqui Carnicero y Carlos Quintáns, una conversación

Versión española

31/08/2016


El Pabellón de España, comisariado por Iñaqui Carnicero (Madrid, 1973) y Carlos Quintáns (Muxía, 1962), se presentaba bajo título un tanto apocalíptico —‘Unfinished’— y un tema de fondo —las consecuencias de la crisis en la profesión—, que a bote pronto hacían pensar, de nuevo, en otra mirada crítica y un sí no es masoquista sobre la situación actual de la arquitectura española. Por fortuna, la exposición ha ido mucho más allá y, con gran economía de medios, los comisarios no sólo han conseguido sintonizar con el espíritu de la XV edición de la Bienal comisariada por el reciente Pritzker Alejandro Aravena —con su énfasis en el papel social del arquitecto—, sino que han logrado que comience a calar fuera de España un mensaje positivo sobre nuestro país: el de que, más allá de la denuncia de los los excesos y de los golpeos de pecho con contrición y propósito de enmienda, los arquitectos han sabido adaptarse al contexto en principio poco agradecido de la profesión actual, que no es ya el de los apetecibles concursos y encargos, sino el de las pequeñas obras de rehabilitación, consolidación o injerto. Y todo ello sin renunciar a la calidad que antaño parecían merecer sólo los grandes edificios públicos.

El optimismo define así la muestra española, una instalación sobria y atractiva en la que se recogen cincuenta y cinco obras de presupuesto relativamente reducido, clasificadas en nueve categorías y con las que se radiografía el panorama reciente de la arquitectura en nuestro país. En este contexto, Carnicero y Quintáns —con la alegría indisimulable que aún les queda tras haber recibido la flamante estatuilla del León de Oro— dialogan sobre el sentido de su exposición y sobre los retos afrontados, para transmitir un mensaje crítico y a la vez esperanzador sin caer en los discursos, ya manidos, que viene produciendo la crisis desde hace años.

Carlos Quintáns: La verdad es que venir a Venecia es una aventura bonita. En mi opinión, de las tres bienales en las que participa España (la española, la iberoamericana y la de Venecia), esta es la más intensa y estimulante, porque te da pie a comunicar el mensaje fuera de las fronteras locales. Hemos tenido la suerte, además, de que en este momento haya un coordinador general de las tres bienales que hace el esfuerzo de ordenar los contenidos, buscando la forma de ofrecer en cada una de ellas un mensaje original y complementario.

Iñaqui Carnicero: Pachi Mangado ha conseguido construir un argumento apropiado para tres bienales muy diferentes entre sí. A ello debe sumarse el papel del comisario de la Biennale, Alejandro Aravena, que en todo momento ha procurado compartir más que exhibirse a sí mismo, y nos ha invitado a hacer lo mismo. Gracias a esto hemos podido escuchar los problemas de cada país y hemos aprendido mucho en el proceso. Es una bienal esta en la que lo colectivo se ha premiado por encima de lo individual.

CQ: Lo más importante era mostrar un trabajo colectivo, convertir todos estos años tristes en un rayo de optimismo, y exhibir el potencial de tantos arquitectos españoles, de tantas obras, y esto creo que es lo que ha llamado más la atención de nuestra instalación. Queríamos mostrar al exterior trabajos que para nosotros son muy conocidos, de una calidad que en España ya hemos asumido. La exposición tenía que ser el escaparate de este esfuerzo.

Este escaparate consiste en una sencilla estructura de montantes de acero galvanizado que ocupan el vacío conformado por la poderosa arquitectura preexistente del pabellón para delinear una retícula donde se colocan cuidadosas fotos y axonometrías (una imagen y un dibujo por cada obra). El resultado es una especie de cartografía caótica que, al mismo tiempo que bombardea visualmente al espectador, lo atrapa.

IC: Al principio, mucha gente no lo entendía. Pensaban que estábamos criticando una situación, cuando en realidad era todo lo contrario. La selección fotográfica, además de documentar una realidad que es muy dura, está llena de optimismo y de visiones muy sugerentes. Las imágenes invitan a la acción, son propuestas innovadoras que han sabido descubrir en estas arquitecturas gestos reveladores.

CQ: Es verdad que en un momento nos asustó que, al trabajar con tantas obras y proyectos, la muestra se convirtiese en una absoluta cacofonía. El reto era dar una sensación de unidad al conjunto.

IC: Sí, eso ha sido lo más complicado. Recuerdo que lo primero que hicimos fue visitar el pabellón para tratar de establecer un diálogo con lo ya existente y conseguir un equilibrio entre la cantidad de arquitectura que teníamos que producir y la que ya había. Lo que la gente entiende después de ver el pabellón es que es un muy buen edificio y, al mismo tiempo, que la exposición está construida con muy pocos recursos.

CQ: A mí me sorprendió mucho cuando se comentó que esta exposición había conseguido devolver al edificio, o a la percepción del mismo, una dignidad que en otras muestras había quedado oculta. Para nosotros era el mejor contenedor posible para esta exposición.

IC: Es fantástico porque es muy versátil. Me acuerdo cuando decidimos que no queríamos una exposición estática, lo que nos llevó a la idea del movimiento de ciertas estructuras, y por eso incorporamos el pequeño motor que elevaba toda la estructura de las fotos. Hoy, la sala de exposiciones se transforma en un salón de actos improvisado para debates, coloquios o mesas redondas, y permite así ese intercambio de ideas que tanto se persigue en esta bienal.

CQ: La altura del espacio central es extraordinaria; fue una suerte encontrarlo desnudo y poder descubrir sus posibilidades.

IC: Esto enlaza con un tema que estos días se ha comentado bastante y que es el peligro de caer en la estética de lo pobre, de lo destruido, en algo quizá más banal. En un principio quisimos desnudar los muros para sacar a la luz el ladrillo, pero ahora, después de estos meses, creo que hubiese sido una equivocación, ¿no te parece?

CQ: Hubiese sido un error, además de una ficción: los pantalones se tienen que desgastar por el uso, no hay que forzarlos para que parezcan usados.

La exposición de fotos y axonometrías podría pecar de escueta, pero en realidad, la información presentada físicamente al modo de una sencilla pero cuidadosa instalación artística es sólo la punta del iceberg de la gran colección de datos y obras recopiladas digitalmente por el equipo de comisarios tras un proceso abierto de selección y que se pueden estudiar con detalle en la página web del pabellón. Se producen así varios niveles de lectura, y la exposición acaba teniendo un carácter sintético que resulta muy intuitivo.

IC: Queríamos que el mensaje se pudiese leer a varias velocidades: hay gente que quiere quedarse con un mensaje claro desde el principio, intuible en menos de treinta segundos, pero hay otros que prefieren profundizar en las obras y aprender de ellas. Yo estoy bastante satisfecho de los tres niveles de percepción, que empiezan en el pabellón y terminan en la página web.

CQ: Había mucha información, es cierto, y había que ser muy generoso con esa información. Por ello tenemos que revisar cómo ha funcionado la web estos días, para entender así cómo ha funcionado la exposición.

IC: Hay temas polémicos y difíciles, quizá sin una respuesta clara. Cuando estuvo visitando el pabellón, Rafael Moneo dudaba de algo que para nosotros había sido muy importante desde el principio: encontrar un formato en el que todas las obras se exhibiesen al mismo nivel. Nosotros elegimos una fotografía y una axonometría. Él se preguntaba hasta qué punto esta información resulta suficiente para entender una obra. Y, sin embargo, nosotros teníamos claro que era más importante la unidad del conjunto que la jerarquía.

CQ: Exacto, tener la sensación de que había una forma de actuar compartida.

IC: No queríamos mostrar a un arquitecto en concreto o a una escuela en particular, sino transmitir un mensaje. Un mensaje positivo y abierto a este presente que tenemos y al futuro que se adivina tan complejo.


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