
© Ángela Losa / José Hevia
Las sucesivas crisis que hemos vivido en este primer cuarto de siglo XXI han despertado la necesidad de dotar de resiliencia la vivienda contemporánea. Desde la tipología y el espacio privativo, buscamos la adaptación a la diversidad de modelos de convivencia y estilos de vida, redistribuyendo la vivienda convencional. Al eliminar el pasillo y la hegemonía de la sala, podemos igualar las superficies de las habitaciones y desjerarquizar los espacios, logrando mayor indeterminación y flexibilidad de uso. La creación de estancias más generosas y porosas facilita distintas apropiaciones del espacio y ofrece una manera alternativa de moverse por la casa por filtración, a través de habitaciones comunicantes.
En este tiempo también ha aumentado la conciencia de interdependencia. Desde el aire que respiramos y que puede contagiarnos hasta lo que contaminamos, lo que pasa aquí y ahora repercute en poco tiempo al otro lado del planeta. Este aire que compartimos conecta nuestros cuerpos. Vivimos en continuidad; el cuerpo ya no se concibe como una entidad aislada y separada, sino conectada y enlazada al mundo. Esta imposibilidad de ser autónomos y autosuficientes lleva, según Marina Garcés, a reaprender a ver el mundo, ya no desde la mirada frontal y focalizada del individuo, sino desde la excentricidad de la vida compartida en un mundo común...[+]