En 1997, Frank Gehry inauguraba con su Guggenheim de Bilbao un nuevo capítulo de la historia de la arquitectura y la construcción de ciudades: la irrupción de edificios espectaculares firmados por arquitectos estrella para alojar instituciones privadas, con los que los ayuntamientos deseaban poder revitalizar la actividad de sus ciudades. Copiado por todo el mundo, este modelo fue, sin embargo, perdiendo fuelle a medida que la arquitectura, las políticas y el mundo del arte abrazaban —al menos en su discurso— la denuncia de la situación en que vivimos, definida por fuertes impactos sobre el medio ambiente. El viraje fue repentino y cogió desprevenida a la arquitectura, una disciplina que exige tiempos dilatados; por eso todavía nos cansamos de contar edificios que se completan con un aspecto totalmente anacrónico.
La torre Luma de Gehry en Arlés es un caso de libro. Encargado por Maja Hoffmann, el edificio se levanta al borde del Parc des Ateliers, la antigua parcela de la SNCF en la que desde hace quince años se desarrollan las actividades de la Fundación Luma. Visible desde kilómetros a la redonda, la torre de 56 metros se alza insolente sobre la extensa llanura camarguesa, resplandeciendo con destellos argentados...[+]