La COP 25 no pasará a la historia. Los modestos acuerdos logrados con mucho esfuerzo, y el fracaso a la hora de implicar a las grandes potencias contaminantes, han hecho de la Cumbre del Clima celebrada en Madrid poco más que una nota a pie de página de la de París de 2015, esta sí importante por cuanto supuso el reconocimiento de la crisis climática como uno de los grandes problemas de la humanidad.
Aunque esta cumbre no será recordada por sus logros, al menos le cabe el mérito de haber consolidado a Greta Thunberg como el símbolo de la preocupación medioambiental que hoy comparten generaciones y países. Es cierto que el maximalismo simplista y las contradicciones a veces embarazosas de la adolescente sueca no gustan a muchos. Pero no es menos cierto que Thunberg, con su figura menuda y su mirada obsesiva, ha contribuido como pocos a quitarle abstracción a la crisis climática, y a acercar al público general un problema que, afortunadamente, forma parte ya de muchas agendas políticas, económicas y sociales. Por lo pronto, el bisoño y plural Gobierno de España ha tomado nota del asunto declarando, simbólicamente, el ‘estado de emergencia climática’.