Elogio de la helvética
Recordando a Massimo Vignelli
Si la obra de un hombre pudiera sintetizarse en dos iconos, los de Massimo Vignelli, el diseñador gráfico reconocido internacionalmente, serían el tipo Swiss de Helvetica y el color Super Warm Red. El primer número de Oppositions —la conocida revista del Instituto de Arquitectura y Estudios Urbanos de Nueva York— presentaba una cubierta gris con un tipo Times Roman. Cuando llegaron las pruebas, nos dimos cuenta de que nosotros —al fin y al cabo, arquitectos— no sabíamos nada de diseño gráfico, y que necesitábamos el ojo entrenado de un profesional. Ese profesional fue Massimo Vignelli. Haciendo caso omiso de nuestras reticencias, Vignelli cambió el color de la cubierta del gris al Super Warm Red —un tono hecho especialmente para Vignelli— y también el tipo, que pasó a ser Helvetica. Fue el comienzo de una relación de toda una vida con Massimo, que participó en todo lo que a partir de entonces imprimió el Instituto, desde libros hasta carteles, pasando por invitaciones.
Cada vez que un nuevo número de Oppositions estaba listo, la editora, Julia Bloomfield, y yo, nos dábamos una caminata hasta la oficina de Vignelli. No importaba lo que en ese momento estuviera haciendo: Vignelli lo dejaba todo y pasaba el día entero con nosotros, revisando metódicamente cada página. Y todo ello para consternación del gerente de su oficina y de su socia y mujer Leila Vignelli. A fin de cuentas, el Instituto no era un verdadero cliente (nunca le pagó ni un dólar). Pero ver la energía y el entusiasmo que Massimo ponía en este trabajo era algo especial: con cada número de la revista se comportaba casi como un niño con un juguete nuevo.
Un parte de este trabajo fue hecho por amistad y camaradería, pero la otra fue una verdadera oportunidad de moldear una crítica a menudo radical mediante una estética consistente y racional, dando pie a algo que, en aquel momento, resultaba inédito en el periodismo de arquitectura de EE UU. Es cierto que con el tiempo cualquier programa, por radical que sea, acaba agotándose en formulismos —este fue también el caso de Oppositions—, pero esto no atenuó el ímpetu de Vignelli. Lo que en origen era algo original se convirtió en una marca, no tanto de Vignelli como del propio Instituto.
Después de trabajar con el Instituto, Vignelli lo hizo no sólo con mi estudio de arquitectura, sino con el de Richard Meier. Todos los libros que diseñó para nosotros eran de formato cuadrado, con fuentes Helvetica y Century Expanded, enfatizando el blanco para las monografías de Meier, y los toques de negro o warm red para mis textos sobre Terragni o la House X. En todos ellos demostró la misma intensidad.
Mirando hacia atrás y pensado en el fallecimiento de Vignelli, resulta obvio que su mayor logro —algo que ya no se puede hacer hoy en día— fue inventar a través de una forma gráfica un ethos de la arquitectura que todavía impregna las presentaciones profesionales, tanto impresas como digitales. Vignelli ya no está entre nosotros, pero su estética sigue viva.