Jenofonte llegó a ser muy popular entre los estudiantes de griego clásico, porque la sencillez de su lenguaje lo hacía apropiado para ejercicios de traducción, acaso como la obra de Julio César Comentarios sobre la guerra de las Galias nos sirviera a muchos para aprender los rudimentos del latín. Sin embargo, la coincidencia cronológica del militar, historiador y filósofo con Platón —ambos fueron discípulos de Sócrates— ha gravitado siempre sobre la reputación del autor de la Anábasis, un ateniense partidario de Esparta que tras participar en la Expedición de los Diez Mil al servicio del persa Ciro el Joven continuó con Helénicas el relato histórico de Tucídides y redactó varios diálogos socráticos, entre los cuales el Oikonomikós que ahora nos ofrece Josep Quetglas bajo un nuevo título, Saber habitar.
La obra de Jenofonte se traduce habitualmente como Económico, ya que trata sobre todo de la economía doméstica, además de la agricultura, la vida rural o la relación entre hombres y mujeres, y tiene dos partes no muy bien ensambladas, probablemente redactadas en momentos diferentes. La primera recoge un diálogo entre Sócrates y el próspero Critóbulo sobre las posesiones, la riqueza y la administración de la casa, llegando a la conclusión de que vivir de la agricultura es «más bello y más bueno y más agradable», ante lo cual Sócrates, en una segunda parte, conversa con el rico granjero Iscómaco para saber de qué forma gobierna su casa, supervisando las labores del campo y formando a su mujer en la atención a sirvientes y enseres domésticos.
Este diálogo socrático, traducido al latín por Cicerón y leído profusamente en el Renacimiento, ha tenido en nuestro tiempo dos interpretaciones singulares, la de Leo Strauss en Xenophon’s Socratic Discourse, que lo juzgó una presentación crítica de la virtud y la nobleza, y la de Michel Foucault en el segundo volumen de la Histoire de la sexualité, donde el capítulo dedicado a ‘La maisonnée d’Ischomaque’ examina la relación del granjero con su mujer como una manifestación del poder patriarcal, entendiendo que el arte de mandar se expresa en el ámbito doméstico lo mismo que en el político o el militar. Quetglas, que los cita a ambos, enriquece el panorama con un nuevo enfoque, que si por una parte está sugerido en su título y la interpretación protofuncionalista que puede desprenderse de la cita de otra obra de Jenofonte, Recuerdos de Sócrates —«Cuando (Sócrates) decía que la belleza de un edificio consiste en la utilidad, me parecía enseñar el mejor principio de construcción»—, por otro parece cristalizar en el apartado 6 de su nota previa, que describe la casa como un huerto habitado.
El protagonismo de la agricultura en este diálogo socrático se justifica por el peso de la población agraria en el Ática, pero también por el protagonismo político del agricultor autónomo tras la devastación producida por la guerra, buscando en el retorno a la vid y el olivo una esperanza de recuperación tras la derrota y el empobrecimiento de Atenas. Quetglas anima a buscar paralelismos con la Viena de Adolf Loos tras la guerra, con los parques y jardines dedicados al cultivo de hortalizas, legumbres y patatas, y donde el arquitecto propone una nueva cultura de habitar, abreviada así por el catedrático catalán: «Primero, el huerto; luego, los espacios cubiertos habitables». Inspirada por los promotores de la horticultura urbana en la República de Weimar Leberecht Migge y Josef Popper-Lynkeus, esta actitud protoecológica tiene no poca pertinencia en un momento en que las catástrofes climáticas y sanitarias obligan a revisar el pensamiento habitual sobre la casa y la ciudad.
En cualquier caso, los sismos contemporáneos son también de naturaleza política, y para reflexionar sobre ellos nos sería de evidente utilidad otro diálogo socrático de Jenofonte, el titulado Hierón, donde la conversación imaginaria entre el poeta Simónides de Ceos y el tirano Hierón de Siracusa sobre las ventajas e inconvenientes del despotismo, que interesó sobremanera a Maquiavelo o Montesquieu, ha tenido en nuestro tiempo la lectura atenta de autores como Carl Schmitt, Leo Strauss o Alexandre Kojève. Las tribulaciones actuales tienen origen en la relación tóxica con la naturaleza, pero en no menor medida en la fractura de los consensos políticos que nos permiten vivir juntos aceptando un marco común: esto también es saber habitar.