La vida de las imágenes
Christian Holl
En muchas de las imágenes de esta exposición, el conocedor de la arquitectura contemporánea encontrará algo familiar. Edificios de grandes y célebres estudios de arquitectura, como los de James Stirling, Jacques Herzog y Pierre de Meuron, de Matthias Sauerbruch y Louisa Hutton, de Peter Zumthor y otros. Pero también fotografías de casas no construidas por arquitectos internacionalmente famosos. El observador podría estar tentado de averiguar qué edificio muestra cada imagen —y se equivocará. Tampoco acertaría si, contra todo pronóstico, identificase las casas de cada foto. Sería mejor entender que no se pretende despertar su curiosidad sobre la identidad de los edificios, sino descubrir en ellos algo diferente al motivo de su fama: un detalle, un fragmento, una imagen que, como un movimiento pendular, se aleja de lo mostrado para convertirse en una composición por completo independiente. Con todo, el péndulo oscila de nuevo y la imagen vuelve a mostrar un objeto de existencia independiente fuera de la representación.
Algo semejante le sucedió a María Rodríguez Cadenas. Después de estudiar Música y Arquitectura en Las Palmas, y Fotografía en Madrid, se trasladó a Alemania, concretamente a Stuttgart, para trabajar como arquitecta y hacer acopio de experiencia laboral en el extranjero. Aprovechó el tiempo para visitar las ciudades cercanas, a las que se sintió atraída por la gran arquitectura de referencia. Pero en esas urbes no solo localizó las construcciones reconocidas de la arquitectura contemporánea, sino también descubrió las imágenes que le desvelaron algo sobre sí misma: quería continuar aprendiendo a través de su lente, como dijo la propia artista. En la abstracción, los detalles y fragmentos elegidos obtuvieron una nueva existencia, una expresión propia que refleja la percepción y la sensibilidad de Cadenas. Lo lúdico y lo fortuito, la quietud, el dinamismo, lo sublime, la serenidad —un amplio haz de atributos con los que cabe describir estas fotografías. Cadenas encontró imágenes no destinadas a transportar contenidos conocidos, que no deben mostrar algo lejano ni hacer presente la ausencia. Y, sin embargo, la presencia de lo ausente no se borra por completo. Las imágenes no alcanzan ese punto de abstracción que impide conocer lo que presuponen: la propia existencia de un edificio.
“El ser humano lleva una vida doble, una concreta y otra abstracta”, escribió una vez el filósofo Hans Blumenberg: “En la primera está expuesto a todas las tormentas de la realidad y a la influencia del presente, debe luchar, sufrir, morir como el animal. En la segunda se halla junto a sí mismo, incluso por encima, frente al trazado empequeñecido del camino de su vida. Desde esa distancia le parece por un momento extraño lo que posee por completo y le impulsa con fuerza en la vida concreta: es un mero espectador”. Cadenas describe de modo muy particular esta duplicidad al permitir precisamente que las imágenes lleven esa doble vida. La sutileza ahí consiste en no permitir que se ordene de manera inequívoca qué representa la vida abstracta y qué la concreta. Lo abstracto es concreto en la medida en que es abstracto —no en vano se denomina “arte concreto” a aquella variante de arte abstracto que no remite a nada objetual, sino solo a la propia materialidad. Al mismo tiempo, el objeto representado en las imágenes de Cadenas —el edificio— es, por un lado, concreto y real; por otro, permite la representación en la fotografía, contemplar lo representado desligado de su cotidianeidad: desvinculado de la influencia de las condiciones climáticas, del uso y del desgaste.
“When too perfect, lieber Gott böse” (“Si demasiado perfecto, querido Dios malo”), dijo una vez Nam June Paik: el arte pierde la vida cuando transmite intenciones evidentes. Las imágenes de Cadenas han interiorizado esto con frescura y jovialidad. La artista rompe todas las reglas con las que se pudiera describir la serie de fotografías del catálogo. La mayoría de ellas fueron tomadas en Alemania, pero no todas. Algunas son en color, otras en blanco y negro, y otras también en color, pero monocromáticas. Un buen número muestra arquitectura significativa, pero en ocasiones se puede ver una pared de ladrillos lisa y desgastada, descubierta en una casa cualquiera. No está claro cuánto de cálculo, si lo hay, se esconde detrás del hecho de que Cadenas socave cada esfuerzo por identificar una estrategia de hacer sus fotos. Pero al final eso no es lo que debe interesarnos. Pues una vez hayamos comprendido que no se trata de encontrar la verdad de las imágenes en su explicación, podemos dejarnos llevar por ellas. Eso libera. Libera de la obligación de construir esquemas y conexiones que presuntamente nos alivian porque así creemos haber accedido por fin a las imágenes. Pero estas no tienen receta a la que puedan agradecer su carácter logrado. Surgen de una orientación empática hacia lo representado. Y esta orientación no puede ser forzada con reglas. Por eso tampoco deberíamos buscar ninguna, sino dejar que hagan su efecto, encontrar alegría en su ritmo, composición, musicalidad y quietud. Adscribirle los significados que nos parezcan adecuados. Y compartir la alegría que siente María Rodríguez Cadenas ante sus descubrimientos.