Bélgica documenta y prepara la devolución de miles de piezas saqueadas en el Congo, muchas de las cuales tenían poderes mágicos para las comunidades de origen.
La estatua Nkisi Nkonde, una de las joyas que los belgas saquearon en el Congo hace poco más de un siglo, observa al visitante del Museo de África Central en Bruselas con la misma mirada de espanto con que hoy podemos contemplar el genocidio que lideró el rey Leopoldo II en lo que fue su cortijo: unos ojos vacíos que pueden ser tan aterradores como aterrados, la boca abierta y el cuerpo esculpido en un amasijo de madera y clavos que pertenecía al jefe tribal Ne Kuka, uno de los nueve reyes de la ciudad de Boma. Un fetiche al que se atribuían poderes divinos que los invasores aprovecharon contra la población...
El País. El colonialismo belga: historia de una depredación salvaje