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Capitalismo y clima

¿Por qué el clima cambia todo?

Naomi Klein 
31/05/2015


Debemos asumir que la reducción de las emisiones globales exige cambios de una velocidad y escala verdaderamente gigantescos. El cumplimiento de estos objetivos científicamente justificados implicará obligar a algunas de las empresas más rentables del mundo a perder miles de millones de dólares de futuras ganancias, renunciando a la mayoría de las reservas de combustible fósil que quedan aún bajo el suelo. También serán necesarios miles de millones más para hacer frente a las transformaciones que requiere una sociedad de cero-emisiones y preparada para hacer frente al desastre. Y todo ello dando por sentado que queremos hacer estos cambios radicales de una manera democrática, y sin un baño de sangre.

La pregunta decisiva que tenemos que plantearnos es la siguiente: ¿puede señalarse en la historia algún cambio económico de este tipo? Sabemos que puede producirse durante las guerras, cuando los presidentes y los primeros ministros capitanean la transformación desde arriba. Pero ¿alguna vez se ha exigido tal transformación desde abajo, por la gente común?

En Occidente, los precedentes que se suelen invocar para demostrar que los movimientos sociales pueden ser en verdad una fuerza histórica transformadora son los celebrados movimientos del siglo XX por los derechos humanos, en especial, los civiles, los de las mujeres y los de los homosexuales. Estos movimientos transformaron la cara y la textura de la cultura dominante. Pero, habida cuenta de que el desafío del clima depende de conseguir una transformación económica radical y profunda, es necesario dejar claro que, en todos estos precedentes, las batallas legales y culturales tuvieron siempre más éxito que las económicas.

Si hay una excepción a esta regla son los enormes beneficios obtenidos por el movimiento obrero como consecuencia de la Gran Depresión, la ola masiva de sindicalización que obligó a los empresarios a compartir mucha más riqueza con sus trabajadores, que a su vez ayudaron a construir un contexto para exigir ambiciosos programas sociales, como la Seguridad Social y el seguro de desempleo.

Ha habido movimientos sociales que, sin embargo, han tenido éxito al retar al orden establecido con maneras que resultan comparables a las que los movimientos de hoy deben asumir con el objetivo de evitar una catástrofe ecológica. Se trata de los movimientos antiesclavistas y los que abogaron por la independencia de los países del Tercer Mundo. Ambas corrientes transformadoras obligaron a las élites gobernantes a renunciar a prácticas que resultaban extraordinariamente rentables, tanto como hoy lo es la extracción de combustibles fósiles.

Todo esto sugiere que cualquier intento de superar el reto climático será infructífero a menos que se conciba como parte de la batalla mucho más amplia que concierna a las mentalidades y acabe resultando en un proceso de reconstrucción y reinvención de la idea misma de lo colectivo, lo común, los bienes comunes, lo civil y lo cívico después de tantas décadas de violencia y negligencia.

Desde este punto de vista, la tarea consiste principalmente no sólo en articular un conjunto alternativo de propuestas políticas, sino una mentalidad alternativa que pueda rivalizar con la que ahora sostiene el núcleo de la crisis ecológica, y que se base en la interdependencia en vez del hiperindividualismo, la reciprocidad en vez del dominio, y la cooperación en vez de la jerarquía. Esto se necesita no sólo para crear un contexto político que haga posible reducir drásticamente las emisiones, sino también para ayudarnos a hacer frente a los desastres que ya no podremos evitar. Porque en el futuro caliente y tormentoso que hemos hecho ya inevitable debido a nuestras emisiones pasadas, una creencia inquebrantable en la igualdad de los derechos de todas las personas y la capacidad para una profunda empatía serán las únicas cosas que se interpondrán entre la civilización y la barbarie. 


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