Quiso bautizar su estudio con un nombre revelador, Vastu-Shilpa —en sánscrito, ‘habilidad para crear estructuras’—, que armonizaba la lírica ancestral del Mahabharata con el tono confiado de Vers une architecture. Y buscó el mismo equilibrio en sus edificios, que aprendían de las técnicas constructivas tradicionales tanto como de los postulados de la vanguardia internacional. Balkrishna Doshi se convirtió así en correa de transmisión entre Occidente y su India natal —labor que reconoció el Premio Pritzker en 2018—, en cuanto maestro de varias generaciones de arquitectos del subcontinente que lamentan ahora su pérdida el pasado 24 de enero.

Vástago de una familia de artesanos, comenzó sus estudios el mismo año que se dio fin al Raj británico, y quizá ese espíritu nacional de cambio es el que le impulsó a embarcarse para Europa en 1950 e instalarse en París con el propósito de trabajar a toda costa, pese a su desconocimiento del francés, con Le Corbusier. Acabaría radicando en la Ahmedabad donde ayudó al francosuizo y luego a Louis Kahn a dejar sus poderosas improntas, y en ella transitó desde el lenguaje rotundo de sus admirados mentores a un organicismo más libre y consciente de la realidad de la India, cristalizado en personalísimas obras como el Instituto de Gestión o Sangath —la sede de su propio estudio— en las que la inteligencia, el respeto por una cultura milenaria y la celebración de la vida se dan la mano.