1931-2022
Fallecido el 29 de diciembre a los 91 años, Arata Isozaki no tuvo un perfil estilístico reconocible a primera vista; su talante fue pragmático, incluso ecléctico, y eso mismo hizo de él el mejor representante de la riquísima variedad que ha sido cifra de la arquitectura japonesa de los últimos sesenta años. Formado en la estela del padre de la modernidad en Japón, Kenzo Tange, Isozaki comenzó su carrera frecuentando el brutalismo de su maestro, y si es cierto que supo equilibrar el uso expresivo del hormigón armado con las referencias a la cultura tradicional, no es menos cierto que esto no le impidió entregarse, también como su maestro, a las ensoñaciones metabólicas que por un tiempo hicieron de Japón uno de los focos de la vanguardia arquitectónica de los sesenta. Con todo, el principal giro de la carrera de Isozaki —premio Pritzker 2019— se dio en los setenta, cuando domesticó la posmodernidad en esa clave pragmática, elegante y rigurosa que sería su seña y le procuraría encargos y fama. Su obra profusa y estilísticamente diversa resulta refractaria a las antologías, pero en España podemos recordar edificios como el Domus en La Coruña y el Palau Sant Jordi en Barcelona, uno de los emblemas de los Juegos Olímpicos de 1992.