Salvar el océano de ignorancia que separa la arquitectura española en particular, y la europea en general, de la que se realiza en América Latina. Éste parece haber sido el objetivo coincidente de la I Bienal Iberoamericana de Arquitectura e Ingeniería Civil—que se ha estado celebrando en Madrid con un cúmulo de exposiciones y encuentros—, y del premio Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana —que se entregó en Oporto el día 16 de octubre, coincidiendo con la celebración de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno—. La primera es la ampliación a Portugal y a los países iberoamericanos de las bienales españolas, que se iniciaron en 1990; el segundo es la versión americana de un prestigioso galardón creado en 1988 para distinguir proyectos del viejo continente. Igual que en sus variantes española y europea, las sucesivas ediciones de estos eventos se celebrarán cada dos años; sin embargo, para ésta su primera convocatoria, la Bienal ha considerado obras construidas entre 1990 y 1997, y el premio Mies, entre 1992 y 1997.
A pesar de la práctica coincidencia cronológica, tan sólo cinco proyectos—el programa de renovación urbana ‘Río Ciudad’; el Museo Xul Solar en Buenos Aires, de Pablo Beitía; el centro Confama en Medellín, de Laureano Forero; la industria Centro-Maderas en Santiago de Chile, de José Cruz Ovalle; y el edificio del Consorcio Nacional de Seguros, también en Santiago de Chile, de Enrique Browne y Borja Huidobro— coinciden en las listas manejadas por los respectivos jurados. Si de la selección de 40 obras que ha realizado la Bienal—en la que participan los ministerios de Fomento y Exteriores, el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos, el Colegio de Ingenieros de Caminos y seis universidades españolas— se obtiene la impresión de que la arquitectura al sur del Río Grande es más latina que (norte)americana, del edificio que un comité internacional de expertos designó entre 23 finalistas como premio Mies se desprende sin embargo que esa misma arquitectura es más (norte)americana que latina.
En los foros latinoamericanos se ha discutido ampliamente acerca de los inconvenientes de importar ideas, formas y tecnologías de otros ámbitos económicamente más desarrollados y culturalmente diferentes. Son muchos los que ven amenazada su identidad cuando esa asimilación de modelos ajenos se produce acríticamente; pero no sólo eso: ¿tiene sentido una arquitectura de alta tecnología, que produce edificios como piezas de orfebrería, en países en los que apenas existe ese tipo de industria de la construcción? Ese debate, del que no está excluida la dimensión moral de la arquitectura, es el que surge una vez más al calor de estos dos loables esfuerzos por dar a conocer la producción de América Latina.
El jurado de la Bienal Iberoamericana ha canalizado la selección a través de los colegios profesionales de cada uno de los países participantes, y así su lista tiene el inconveniente de reflejar los distintos grados de representatividad de estas instituciones. En cambio, todas las obras admitidas se han juzgado con criterios parecidos: debían mostrar algún aspecto específico de su ámbito cultural y tener un contenido social. Se han destacado voluntariamente los proyectos de conservación del patrimonio, los de renovación urbana y los que han recuperado técnicas y materiales constructivos tradicionales. Entre las realizaciones latinoamericanas que forman parte de la Bienal se encuentra el Hospital del Aparato Locomotor en Salvador-Bahía, de João Filgueiras Lima; la recuperación del color urbano de Potosí, de Luis Prado Ríos; la conversión en viviendas de una antigua fábrica de Montevideo, de Inda, Rodríguez, Apolo, Boga, Cayón y Vera; o la urbanización La Divina Providencia en Manizales, de Gilberto Flórez, un conjunto de casas populares construidas según una técnica local a base de entramados de madera y caña guadúa.
El premio Mies ha confiado a un comité de expertos la selección de 77 obras, a partir de las cuales se han declarado 23 finalistas y un premio, dotado con 50.000 euros (unos ocho millones y medio de pesetas), otorgado al edificio de servicios para Televisa en México DF, de Enrique Norten y Bernardo Gómez Pimienta (véase Arquitectura Viva 47), una gran cáscara de aluminio de resonancias aeronáuticas que alberga un comedor para los seiscientos empleados de la empresa.
Denominación de origen
Algunas obras de los nombres más reconocidos del panorama latinoamericano han sido candidatas en esta primera edición del premio Mies para América Latina, entre ellas el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, del brasileño Óscar Niemeyer; el Archivo General de la Nación en Bogotá, del colombiano Rogelio Salmona; el auditorio de La Paz en Buenos Aires, del argentino Clorindo Testa; o la iglesia de Cristo, el conservatorio de la Ciudad de las Artes y el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco), de los mexicanos Carlos Mijares, Teodoro González de León y Ricardo Legorreta, respectivamente. Sobre todos estos eximios ejemplos de sus respectivas culturas arquitectónicas (desde las sensuales curvas de hormigón de Niemeyer al intenso colorido de Legorreta, pasando por las delicadas fábricas de ladrillo de Mijares) se ha impuesto el manierismo elegante, vanguardista y descontextualizado de dos jóvenes profesionales que completaron su formación en universidades norteamericanas.
Con sus particulares enfoques, la I Bienal Iberoamericana y el premio Mies de Arquitectura Latinoamericana han actualizado una vieja polémica. Pero son tantas las identidades y circunstancias reunidas bajo la denominación de origen latino, hispano o iberoamericana, que es mejor empezar por reconocerlas.