Cuando, en la segunda mitad del siglo XX, comenzaron a desaparecer los maestros de la vanguardia europea, era de imaginar que los códigos ortodoxos del Movimiento Moderno serían rápidamente superados por la dinámica acelerada de las transformaciones estéticas que se agolparon en aquellas décadas. Pero no fue así en la lejana América Latina, en particular en la Argentina en la que Mario Roberto Álvarez fue un paladín de la resistencia a los cambios drásticos que invalidaran la herencia de Augusto Perret, Le Corbusier, Pier Luigi Nervi y Mies van der Rohe. Su admiración por este último, y el desarrollo de un lenguaje formal heredero de los cánones miesianos, le atrajo la admiración del arquitecto y crítico español Helio Piñón, quien le dedicó un voluminoso libro publicado en Barcelona por la UPC en 2002. En este sentido, Álvarez constituye un caso aislado en la región, si lo comparamos con los maestros próximos a su generación —Luis Barragán (1902- 1988), Oscar Niemeyer (1907), Clorindo Testa (1924), Rogelio Salmona (1929-2007) y Ricardo Legorreta (1931-2011)—, quienes comenzaron a diseñar dentro de los cánones del racionalismo, pero luego cada uno fue distanciándose de ellos al elaborar un lenguaje propio que podemos definir —a pesar de sus divergencias— como ‘regionalista latinoamericano’...