En 1973, una editorial académica holandesa publicó el primer volumen de una ambiciosa colección sobre el Círculo de Viena, el grupo de intelectuales y científicos que propuso en el periodo de entreguerras una refundación empírica de la filosofía. La obra recogía una prolija selección de los escritos de Otto Neurath, el sociólogo que redactó el manifiesto del Círculo, ‘La concepción científica delmundo’, y que introdujo el uso de pictogramas para presentar datos estadísticos, entendiéndolos como un instrumento de comunicación visual para facilitar el debate comunitario sobre las alternativas técnicas y sociales. Aquel año 1973 fue también el de la primera crisis del petróleo, y para algunos de mi generación que comenzamos nuestra vida profesional entonces Neurath supuso un descubrimiento deslumbrante, porque su intersección de pensamiento empírico y activismo social suministraba unmodelo para un tiempo de incertidumbre y mudanzas: tanto su cuestionamiento de las bases monetarias de la economía como su defensa de la contabilidad material y el diseño participativo al servicio de la felicidad colectiva estaban en sintonía con las corrientes ecológicas y antiautoritarias de la turbulenta década de los setenta.
Treinta y cinco años después, y coincidiendo con otra crisis energética y económica, de nuevo una editorial holandesa coloca a Neurath en un primer plano de atención. El sociólogo, que nació en Viena en 1882 y desarrolló allí la mayor parte de su carrera, se trasladó a La Haya en 1934 huyendo del totalitarismo, y en 1940 —tras la invasión nazi de Holanda— escapó a Inglaterra, donde murió en 1945. Los seis años de residencia en los PaísesBajos explican en parte esta publicación, que coincide con una exposición organizada en LaHaya entre febrero y abril de 2008, pero una razón más poderosa es la renovada vigencia de la obra de Neurath en una época convulsa que pone en cuestión los modelos económicos, técnicos y urbanos, ante la magnitud de la crisis climática y la persistencia de los desórdenes geopolíticos. El libro de NaderVossoughian presenta al vienés como un gigante olvidado, precursor de la Era de la Información; como un teórico de la modernidad cuyas estrategias pragmáticas pueden aún ser útiles en la arena política contemporánea; y, sobre todo, como un agitador de la arquitectura, el urbanismo y el diseño a través de sus intervenciones en la promoción de vivienda popular, sus exposiciones de planes urbanos y sus fascinantes pictogramas estadísticos.
Hasta ahora conocíamos mejor al Neurath del Círculo de Viena, el interlocutor de Rudolf Carnap, Hans Hahn oMoritz Schlick; tras esta ejemplar obra, descubrimos a Neurath en diálogo con Adolf Loos, Lászlo Moholy- Nagy o Cornelis van Eesteren, por no mencionar sus ambivalentes y tempestuosas relaciones con laWerkbund, la Bauhaus o los CIAM. Singularmente atractivas resultan así sus experiencias de ‘urbanismo gitano’, autogestionario y comunitario, en la estela intelectual de la Gemeinschaft de Ferdinand Tönnies, una de las influencias clave de su pensamiento; sus propuestas museológicas como herramientas de cambio político, inspiradas en el austro-marxismo de Max Adler y Otto Bauer, con su énfasis en la dimensión cultural de las transformaciones sociales; y su empeño en la globalización y estandarización del lenguaje gráfico y la representación social, bajo la influencia del bibliógrafo Paul Otlet (autor con Le Corbusier del ‘Mundaneum’, un proyecto de museomundial) y con la colaboración del diseñador gráfico Gerd Arntz, autor de los formidables ideogramas reunidos en ISOTYPE, antecedentes de los iconos que hoy emplean desde los programas de ordenador hasta la señalética urbana.
Sus contemporáneos, tanto de la izquierda (Max Horkheimer) como de la derecha (Friedrich von Hayek) juzgaron a Neurath como un tecnócrata utópico e ingenuo, seguramente influidos, como señala Vossoughian, por su notoria participación en la administración revolucionaria de la efímera República Soviética de Baviera. El mundo de los arquitectos no lo trató mejor, rechazando su rigorismo cientifista —que acaso sólo hubiera encontrado eco en personajes como HannesMeyer—, y llegando a su marginación de los CIAM, tras sus desencuentros con Walter Gropius y Siegfried Giedion, que no deseaban identificarse con su materialismo extremo, reticente ante el humanismo y ante el arte. Resulta por ello una singular paradoja que, además de su defensa de la creación interactiva que hoy lo presenta como un pionero de las enciclopedias online o el urbanismo participativo, el rasgo de su obra que más actual semeja sea precisamente la belleza exacta y lacónica de sus pictogramas: en esa estética pedagógica y democrática reside quizá la vigencia de una Viena que todavía nos inspira.