Las implicaciones territoriales de los conflictos bélicos pueden aún percibirse con nitidez en la zona de Francia y Bélgica por la que se extendió el frente de batalla durante ambas guerras mundiales. Además de los restos fortificados de la Atlantikwall —que llevaron a Paul Virilio a definir Europa como una ‘fortaleza sin techo’—, el Frente Oeste de la I Guerra Mundial permanece perpetuado a través de las trazas de sus trincheras y de la Línea de Hindenburg, pero también mediante la red de cementerios que construyó cada bando. El paisaje se utilizó para escenificar el homenaje a los soldados en intervenciones que trascendían la escala local para establecer vínculos con la geografía y el territorio.
Aunque todas las naciones se esforzaron por honrar a sus tropas, en ningún caso estos programas tuvieron la ambición de los británicos. El alto número de bajas hacía inviable la repatriación de los cadáveres y muy pronto, la Imperial War Grave Commission estableció un programa de cementerios en suelo foráneo en los que se enterraría sin distinciones de rango, raza o religión. Asesorados por el escritor Rudyard Kipling y por la paisajista Gertrude Jekyll, la comisión encomendó a Edwin Lutyens y Reginald Blomfield, entre otros, el diseño de algunos de los elementos comunes a todos los enclaves, como la cruz o el altar conmemorativo, así como el proyecto de un número ingente de recintos en los países en los que Gran Bretaña combatía.
Ideado como un sistema abierto a partir de piezas estandarizadas, el programa preveía, bajo un clasicismo depurado, la adaptación flexible a cada emplazamiento y el uso de materiales locales en la tapia o los refugios de los recintos más extensos. Así, temas como la normalización y la producción en serie, que entonces ocupaban buena parte del debate de vanguardia, se pusieron en práctica a gran escala bajo una formalización y un programa ajenos al credo moderno.
Frente a la enorme difusión que tuvieron las residencias campestres de Lutyens, sorprende la escasa divulgación de sus proyectos funerarios. Dos libros vienen a paliar este vacío: el volumen de Tim Skelton y Gerald Gliddon recoge la información que estos estudiosos británicos han recopilado sobre el tema. Aunque carece de planimetrías, ayuda enormemente a entender cuál fue el proceso de creación del programa. El texto de Jeroen Geurst tiene el incentivo de haber sido escrito desde el otro lado del Canal de la Mancha por un arquitecto que aporta un análisis espacial de los más de cien recintos creados por Lutyens. Contemplarlos ayuda a entender la envergadura de la tragedia y a conocer uno de los episodios del paisajismo contemporáneo en los que mejor se ha empleado el territorio con fines conmemorativos.