Opinion 

Legazpi. Un mercado con vocación de ciudad

17/11/2015

Eduardo Mangada
Sergio Martín Blas
Gabriel Carrascal


El edificio del antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, por su localización en la trama urbana de Madrid, por su forma y tamaño, por su historia, puede considerarse un trozo de ciudad en sí mismo. Como es sabido, el edificio forma parte de los antiguos mercados y mataderos municipales que desde los años 80 se han ido transformando para albergar funciones administrativas, lúdicas y, culturales, y a cuya reactivación ha contribuido decisivamente el reciente parque lineal del Manzanares. Aparentemente ajeno a este proceso, el Mercado de Legazpi ha albergado diversos usos y dependencias municipales hasta que en 2007 se decidió clausurarlo para proyectar una transformación más ambiciosa y “definitiva”. Desde entonces se sucedieron ideas, planes, proyectos, a menudo más atentos al potencial inmobiliario del lugar que a sus valores culturales, históricos y patrimoniales, o al interés social de su reactivación.

El Mercado de Legazpi es un ejemplo de magnífica arquitectura moderna, proyectado por el arquitecto Francisco Javier Ferrero en 1932. Gracias a la claridad y calidad de su estructura, la disposición de las tres naves en torno a un gran vacío central, la estratificación en dos niveles accesibles al tráfico rodado, el edificio se ofrece hoy como un gran contenedor capaz de albergar múltiples usos manteniendo su forma, dimensiones y carácter arquitectónico. Sin añadidos y casi sin derribos significativos. Bastaría recuperar la permeabilidad a la luz y al aire, abriendo los huecos cegados en fachadas y forjados, y desmontando la cubierta añadida sobre los voladizos de la antigua calle descubierta de planta alta. En el paradigma que hoy impregna la cultura urbanística (hacer ciudad en la ciudad), este lugar se ofrece como ocasión estratégica para la ciudad de Madrid, que debe buscar en él su compleción y mejora, sumándose al ya exitoso Matadero.

Los firmantes de este escrito somos conocedores del edificio y de su historia, y por ello nos atrevemos a señalar algunos criterios, condicionantes y objetivos de intervención sobre él, guiados por la vocación de ciudad que tiene este gran espacio sin uso. El elemento con mayor potencial urbano es sin duda el gran vacío o patio central, que puede y debe configurarse como una nueva plaza pública arbolada. Una plaza que anticipe y sirva de “puerta” de acceso a Madrid Río mediante la apertura parcial, en planta baja, de la nave que linda con él. Una gran plaza abierta durante las veinticuatro horas del día, lugar de estancia y tránsito entre Legazpi y el Manzanares, al tiempo que lugar de acceso que facilite la compartimentación de los edificios existentes de acuerdo con las nuevas actividades.

Por otro lado, los nuevos usos deben ser coherentes con la política de recualificación de la ciudad barrio a barrio del Ayuntamiento, y con la necesidad de compatibilizar las demandas locales y la vocación metropolitana del edificio. Algunos de los equipamientos reclamados por el barrio, además de oficinas y servicios municipales, podrían convivir con una dotación singular que responda a las aspiraciones de la ciudad en su conjunto. Además, el movimiento vecinal articulado en torno a EVA (Espacio Vecinal Arganzuela) viene demandando desde hace meses la cesión de una parte del edificio para un conjunto de actividades autogestionadas.

A estos usos debe sumarse todo aquello que, sin anular el carácter público del edificio, ni frustrar las expectativas vecinales, permita consolidar su condición de “pieza urbana”. La mezcla de comercio, lugares de trabajo y residencia es la que favorecerá de modo más efectivo la vitalidad y seguridad de los nuevos espacios públicos. Comercio y espacios de trabajo deben ser seleccionados por su capacidad para activar las plantas bajas del edificio, pero también por su interés social, cultural y ocupacional. Parte del Mercado se puede convertir así en un vivero de ideas e innovación, inspirado en experiencias exitosas en distintas ciudades. El uso residencial, componente indispensable en lo urbano, debe ser entendido desde la singularidad del edificio, y desde el principio de no enajenación de lo público. La introducción de talleres y alojamientos anejos en alquiler social a ambos lados de la calle descubierta de la planta superior respondería a estas premisas. El mayor beneficio del uso residencial tiene que ver, de nuevo, con la vocación de hacer ciudad y espacio público: sólo la presencia de estos nuevos vecinos puede garantizar la vitalidad y control del lugar a lo largo del día y de la noche. No olvidemos que, como afirma Jane Jacobs, un espacio público es tanto más seguro cuantos más “ojos” se asomen desde las ventanas vecinas.

Manuel Solà-Morales afirma que “para la urbanidad intensa importa la diversidad, la densidad cualitativa más que la cuantitativa, (…) que alude a la variedad y al número de referencias superpuestas en un lugar, edificio o zona”. La mixity, más que la density, es la condición de la ciudad contemporánea. Sumemos personas y usos distintos, dejemos que se acerquen y se relacionen. No nos asuste el ruido que nace de la convivencia ciudadana y resuena en los espacios colectivos más vitales.

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