La crisis financiera, transformada en grave y perdurable crisis económica, sumada a los recortes presupuestarios, han paralizado los programas de inversión en nuevas infraestructuras y edificios. No hay ningún gobernante responsable o inversor privado solvente que se atreva a anunciar y, menos aún, prometer, nuevas obras. Posiblemente esta abstinencia extrema sea un buen momento para repensar el dónde, cómo y cuándo intervenir en la ciudad, aunque indudablemente exista una sensación de frustración, sobre todo cuando se compara la situación actual con cierta añoranza enfermiza, con los años pasados de la proliferación acrítica de grandes equipamientos, no siempre justificados y, muchas veces, sólo una exhibición de políticos, financieros o los propios arquitectos.
En estas circunstancias, cualquier anuncio de una nueva gran inversión, pública o privada, se recibe con apresurado aplauso e incluso servil bienvenida, sin cuestionar su contenido, la garantía de los recursos económicos que lo sustentan y, sobre todo, cuál puede ser su efecto en la ciudad. ¿Estas nuevas operaciones vienen a servir a la ciudad o, por el contrario, a servirse de la ciudad aprovechando las infraestructuras sobrantes y los vacíos expectantes que han dejado los restos de la gran burbuja inmobiliaria?
En Madrid sólo se hacen visibles, en un horizonte más o menos próximo, dos ‘nuevas’ grandes operaciones: Madrid 2020 y Eurovegas.
Debo reconocer mi escasa empatía con eventos como los Juegos Olímpicos, salvando a Barcelona 92, que sirvió para la movilización de múltiples recursos que se aprovecharon para construir ciudad, irrigando la totalidad del tejido urbano y no recluyéndose en un gueto territorial. Barcelona 92 constituyó un gran éxito colectivo porque se enraizó en un terreno previamente abonado por una profunda reflexión teórica sobre la ciudad. Reflexión y un proyecto capaz de orientar y hacer coherentes las distintas operaciones urbanas con que se materializó el basamento físico de las Juegos.
Madrid es un caso distinto. Si Barcelona necesitó las Olimpiadas como desencadenante de recursos para la construcción de nueva ciudad, Madrid ya dispone de grandes infraestructuras y equipamientos, incluso en exceso, dado su carácter, escala y localización, y se ofrece para albergar unos Juegos que aprovechen la riqueza de este tejido físico preexistente que va desde el parque lineal del Manzanares hasta el estadio de ‘La Peineta’, pasando por el Bernabéu e incluso la Plaza de Toros de Las Ventas. Panoplia de equipamientos que se complementan con una rica red viaria y una potente ampliación del metro.
Quizá la intervención más dudosa sea la proyectada ‘Villa Olímpica’ tal como puede intuirse por las imágenes elaboradas por el Ayuntamiento y por los proyectos residenciales premiados, pues corre el riesgo de transformarse en un recinto que albergue curiosas arquitecturas que no sirvan para configurar un trozo ciudad en el futuro, aunque se englobe en una pretendida y difusa ‘centralidad del Este’.
La oportunidad no puede degenerar en oportunismo. Para ello se requiere que las distintas intervenciones necesarias estén encuadradas en un proyecto de ciudad y no sólo en un ‘plan técnico-burocrático’. En todo caso, mis dudas pueden resumirse en las siguientes preguntas: ¿Es prioritario el destino de caudales públicos para la promoción, construcción y desarrollo de unas Olimpiadas o existen otras necesidades ciudadanas más urgentes, demandas más dramáticas? ¿Estadios o más médicos y profesores? ¿Carne o piedra?
En cuanto a Eurovegas, el proyecto del señor Adelson para implantar un gran centro ‘lúdico’ —básicamente juego y prostitución— con adornos florales para engaño de ingenuos o aprovechados, sólo merece la condena por grosera e inmoral, tanto por su contenido como por las formas en que este promotor-especulador ha ido desgranando sus propuestas confusas e inciertas, junto con la prepotencia o descaro en la solicitud de un trato preferente y exclusivo, y el relajamiento de las normas legales que regulan la actividad inmobiliaria, las relaciones laborales, la inmigración o la salud.
Formulada esta contundente descalificación jurídica, política y moral, cabe igualmente su descalificación desde el punto de vista urbanístico. La elección de la localización de este proyecto se ha dejado a la caprichosa e interesada decisión del señor Adelson y supone una irresponsable dejación del Gobierno regional y un atentado a un principio irrenunciable de una política urbanística solvente, cual es la obligación de aprovechar la oportunidad que ofrecen los vacíos territoriales, especialmente los comprendidos en el área metropolitana más densa, para completar, mejorar y revitalizar la estructura urbana de nuestra región.
Las nuevas promociones inmobiliarias que se realicen en la Comunidad Autónoma de Madrid, sobre todo con la magnitud de Eurovegas, deben responder a las necesidades reales de sus ciudadanos, y no a imposiciones exógenas guiadas sólo por la rentabilidad empresarial. Cuando esto último es lo que prima, dichas promociones inmobiliarias vienen a ‘servirse de la ciudad’ y no a ‘servir a la ciudad’. Más que una explotación racional y respetuosa del territorio metropolitano, constituyen una intolerable y empobrecedora expoliación, propia de una práctica colonialista.
Una condición para que operaciones inmobiliarias de esta magnitud se conviertan en nuevas piezas enriquecedoras del tejido urbano ya consolidado es que alberguen una diversidad propia de la ciudad (residencia, comercio, equipamientos, parques… y algún prostíbulo). Nunca puede reducirse a un espacio destinado al monocultivo de una sola actividad o la preponderancia de un uso dominante. La mezcla, la hibridación, es la cualidad propia de la ciudad. Como afirma Manuel de Solà-Morales, la mixity más que la density es la condición primera de una ciudad contemporánea.
Este tipo de desarrollos urbanos deben ser abiertos y estar conectados con el resto de la estructura urbana regional, para difundir sus pretendidos efectos enriquecedores e innovadores, y nunca pueden convertirse en un gueto cerrado y defendido por alambradas y guardias de seguridad. Cuando esto ocurre, nos remontamos a una estructura medieval, como denunciaba hace años Umberto Eco al calificar esta proliferación de ‘ciudadelas’ como la configuración y funcionamiento de una geografía feudal, como un salpicado de enclaves propiedad de un solo señor, con murallas y ejército propios.
Así, mientras que la ocasión de embarcarse en un proyecto como los Juegos Olímpicos es sólo dudosa, Eurovegas podría resultar lesiva, habida cuenta de que, en cuanto ejemplo de lo que me atrevo a calificar como una no ciudad, su oportunidad se convertiría en un vulgar oportunismo al servicio de intereses particulares, que conllevaría un empobrecimiento de las expectativas de desarrollo regional.