El arquitecto y pintor asturiano Joaquín Vaquero Palacios, que nació con el siglo y murió el año pasado, vio reconocida su larga trayectoria arquitectónica en 1996, cuando el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España le otorgó su medalla de oro. Aunque su obra materializó la aspiración de integrar todas las artes, su faceta arquitectónica, tal vez algo sepultada por la abundante obra pictórica, recorrió los movimientos racionalista (varias viviendas sociales en la década de los años treinta, viviendas para el Instituto Nacional de Previsión en Oviedo, 1934), historicista (mercado en Santiago de Compostela, 1938) y expresionista, manifestándose este último en la imagen monumental y escultórica que imprimió al hormigón armado en las obras proyectadas para Hidroeléctrica del Cantábrico: la presa de Salime, de 1954, con reminiscencias del expresionismo alemán; y centrales como las de Miranda (1958), Proaza (1964), Aboño (1968) y Tañes (1969). Para la misma empresa hidroeléctrica proyectó también su sede social en Oviedo (1969), en cuyo muro cortina dejó la huella miesiana de una estancia en los Estados Unidos.
Sus frecuentes viajes alentaron esta aparente dispersión estilística, aunque todos sus proyectos tienen en común la preocupación por la escala. Desde las obras menores a las grandes realizaciones, la escala humana es la referencia, pero no como elemento de medida sino de percepción.
Con motivo del premio, el Consejo ha editado una monografía donde aparece recogida toda su obra, con especial dedicación fotográfica a la producción ingenieril, además de dibujos, croquis y planos de sus proyectos, así como los murales que compuso para algunos de ellos. Finalmente se incluye un apartado dedicado a la pintura, en la que Vaquero Palacios destacaba ya antes de ser arquitecto y que nunca abandonó.