De pertenecer al campo de la civilización (lo construido por el hombre), la arquitectura ha pasado vía la ideología (aquello sobre lo que todo se construye) a formar parte del mundo de la cultura (lo que nos construye). Una disciplina tradicionalmente entendida como un todo y que podía defenderse ante los legos argumentando conocimientos específicos, se encuentra ahora reducida a una diversidad de planteamientos estilísticos; el estilo individual imperante no se deriva de la aplicación de reglas universales: surge de la esfera de lo particular y evita, precisamente, someterse a juicios universales. La arquitectura ha dejado atrás los dogmas y ha entrando en la era de la arbitrariedad.
En la sociedad capitalista, la arbitrariedad se ha convertido en un valor en sí misma, al igual que el individualismo. Ya no existe para la reproducción, sino para el consumo y el placer. Pese a la pérdida de vigencia de los valores tradicionales, el mercado sigue manteniendo y refinando los antiguos mecanismos de seducción. La arquitectura queda por supuesto incluida —a pesar de la resistencia ideológica de arquitectos e instituciones colegiadas— y no sólo aparece en los medios, sino que es en sí misma escenografía y medio de comunicación de eventos culturales y comerciales, satisfaciendo las necesidades de una sociedad ansiosa de experiencias singulares y de cierto glamour creativo.
El pop se caracteriza por un cambio significativo en el papel de los diferentes grupos sociales en la vida cultural. Antes, las tendencias de moda estaban sólo en manos de ciertos grupos de profesionales —arquitectos, diseñadores, etcétera— a quienes se les suponía un mayor conocimiento sobre los aspectos estéticos de la vida. Actualmente, la situación ha cambiado por completo: gracias al número creciente de empresas ‘educativas’ tipo Ikea, a un mayor acceso a las fuentes de información cultural a través de Internet y de otros medios, así como al aumento del tiempo de ocio y del poder adquisitivo de la población, cada vez se da una mayor democratización del gusto.
El culto al star-system es una particularidad de la cultura pop. Las figuras del star-system son, como las marcas, modelos a imitar y de referencia. En ese sentido los arquitectos actuales saben muy bien cómo imbuirse del carisma necesario para atraer la atención. El culto a las estrellas funciona de modo piramidal; cuanto más amplia es su base más importante es demostrar que algunos pueden subir a la cúspide. El capitalismo se alimenta de esas diferencias: cuanto mayor es la estandarización de los productos, más se intenta convencer al consumidor de su exclusividad; cuanto mayor es la presencia de multinacionales, más se insiste en las identidades nacionales y regionales; cuanta más gente se alimenta de sueños de éxito, más extraordinaria ha de ser la peripecia personal de ese éxito. Koolhaas, por ejemplo, hace referencia siempre a su pasado contracultural como crítico y periodista.
A finales de los años sesenta Venturi, Scott Brown e Izenour descubrieron en la cultura pop un enorme potencial para la renovación de la arquitectura (moderna) que, esclava del formalismo exagerado, había quedado reducida a poco más que un simbolismo inconsciente (y aún hoy inconfesado). Venturi es ahora una figura de la teoría arquitectónica, sin haber influido significativamente en la práctica, y el modelo Las Vegas se ha extendido sin la intervención de los arquitectos. Ahora éstos acuden a los medios, de los que antes renegaban, para lamentar su suerte, sin cuestionarse la profesión en términos operativos, ni preguntarse si merece la pena seguir ‘decorando’ edificios previamente gestionados y desarrollados por los inversores y los promotores.
Claro que debe lamentarse la pérdida de legitimidad de la profesión, pero sin olvidar que la situación actual puede verse desde una perspectiva positiva y liberadora, entendida como la oportunidad de abrirse a otras actividades más allá de la necesidad compulsiva de tener un proyecto para cada situación y siempre a mano.