La resistencia de los arquitectos a plantear su trabajo en términos económicos es notoria, y reflejo de hasta qué punto la arquitectura sigue considerándose una disciplina artística. El objetivo de este artículo es triple: argumentar por qué esa actitud es un serio error, resaltar la dimensión social y económica de la arquitectura, y tratar de convencer a los arquitectos de lo mucho que les beneficiaría la incorporación a sus tareas de algunas de las principales ideas de la economía, la ‘ciencia lúgubre’.

¿Por qué puede ser de utilidad la perspectiva de la economía? ¿Qué puede aportar a la profesión arquitectónica? La ciencia lúgubre es la ciencia de la escasez, tal como la definió Lord Lionel Robbins. Es la ciencia que estudia el comportamiento humano (individual o colectivo) en relación con la consecución de unos fines a partir de unos medios escasos que pueden ser objeto de usos alternativos. Es, por tanto, una disciplina que obliga, en el proceso de toma de decisiones, a pensar sistemáticamente en los sacrificios y recompensas que presenta cada opción. Veamos cómo la perspectiva económica puede ayudar a los arquitectos a tomar mejores decisiones.

Los arquitectos deberían tratar a sus estudios como empresas, al menos por dos motivos. En primer lugar, porque en todos los proyectos de arquitectura existe un cliente final que por lo general cuenta con un presupuesto limitado, y una compleja estructura de recursos humanos cualificados susceptibles de ser empleados en otros menesteres y que, por tanto, son costosos. No cabe duda de que un proyecto puede tener un valor artístico más allá de su coste monetario, y de que los arquitectos pueden disfrutar con el proceso creativo y estar dispuestos a dar el máximo de sí mismos desde esa perspectiva.

Pero eso no es suficiente. Lo esencial en cualquier empresa es garantizar que el cliente recibe un servicio correcto y que los recursos empleados en el proceso son compensados adecuadamente. No hay nada de malo en reconocerlo. Al contrario, cuanto más metódico y transparente sea el intercambio, mayor será la calidad del servicio y más enriquecedor el de­sarrollo profesional.

En segundo lugar, porque pensar sistemáticamente en cuál es su modelo de negocio puede permitir a los arquitectos elegir el tipo de arquitectura que quieren hacer. Y la elección del modelo de negocio implica pensar en el equilibrio entre las ventajas y los inconvenientes de cada modelo, proceso que es precisamente la esencia de la toma de decisiones económicas.

La primera disyuntiva está determinada por cuál sea la escala mínima eficiente necesaria para optar a determinado tipo de proyectos, por ejemplo para participar en concursos internacionales de relevancia, ya sean de promoción pública o privada. Por lo general, y como ocurre en muchas otras empresas de servicios profesionales, esto supone la transición de un planteamiento artesanal a otro industrial. Además implica, entre otros, cambios organizativos, como la adopción de sistemas de producción en serie; la introducción de innovaciones constructivas; la incorporación de sistemas de control interno en lo referente al presupuesto y los plazos; o la diversificación internacional.

Este estilo de organización profesional de tipo empresarial es particularmente importante, debido a que al crecer la compañía, aumentan los riesgos. Los costes fijos aumentan su importancia frente a los costes variables (los que dependen del volumen de actividad) y una alta volatilidad de la demanda puede causar serios problemas a una compañía de este tipo.

La segunda disyuntiva importante para una empresa de arquitectura que aumenta su tamaño es la elección entre volumen y calidad. Como tantas otras disciplinas en las que el talento es un componente fundamental, la arquitectura actual está dominada por las ‘estrellas’: hombres y mujeres cuyos servicios son demandados a escala global y que son capaces de crear obras emblemáticas.

Al igual que en el deporte o en la música, la demanda es global y muestra una gran concentración en un número relativamente pequeño de profesionales. Su dominio ha venido de la mano del creciente alcance de los medios de comunicación: prensa, radio y televisión y, últimamente, internet.

El mejor golfista del mundo, Tiger Woods, gana unas treinta veces más que el golfista profesional que está en el puesto 50 del ránking mundial. En 2007 ese puesto lo ocupaba Paul Casey, un golfista británico que probablemente el lector desconocerá pero que es un jugador excepcional. Estar en el puesto 50 es indudablemente una hazaña en un deporte que cuenta con cientos de miles de jugadores aficionados y profesionales. Y, sin embargo, genera unos ingresos mucho más bajos que los del número uno.

Pero ¿es el deporte comparable a la arquitectura? Creo que no. A diferencia de otras disciplinas puramente artísticas o deportivas, en arquitectura, el proceso de producción y la entrega del resultado final son operaciones separables. En arquitectura no es suficiente con el concepto o la idea, o más propiamente dicho, con los planos o la maqueta. La entrega del servicio final, el edificio terminado, implica un complejo proceso que requiere la colaboración de muchas personas. Es, si se me permite la comparación, como si Tiger Woods tuviese que controlar todos los canales de televisión que difunden sus torneos o las compañías que se dedican al merchandising de su imagen.

En arquitectura, el talento debe estar asociado a la capacidad gestora, pues incrementar el volumen de trabajo manteniendo la calidad requiere el de­sarrollo de una compleja organización de profesionales (generalmente constituidos como sociedad limitada) en la que resulta crucial atraer a individuos altamente cualificados y mantener la motivación adecuada para garantizar altos estándares en el proceso de supervisión y ejecución. Este liderazgo requiere el desarrollo de una cultura de empresa que atraiga y retenga el talento, un reto difícil y todo un desafío en cualquier campo profesional, pero más singularmente en los relacionados con las artes.

En junio de 1939, Lord Keynes dio una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Como era habitual en él, fue una conferencia provocativa y con visión de futuro. En esas fechas, la economía mundial se encontraba en medio de una intensa agitación, recién comenzada la Gran Depresión. En ese momento, Lord Keynes nos recordó que el objetivo final de los seres humanos es el disfrute de las relaciones personales, del arte y la naturaleza.

Lord Keynes anticipó que, una vez pasada la Depresión, el mundo se embarcaría en un largo periodo de crecimiento económico, a un ritmo como el que de hecho hasta hace poco hemos experimentado. Argumentaba también que, a pesar del progreso, al cabo de cien años aún estaría lejos el día en que los problemas económicos dejarían de ser importantes. Me temo que esto sigue siendo cierto hoy día, y que sería recomendable para todos, incluidos los arquitectos, entender y asumir los costes de oportunidad inherentes a toda interacción social.


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