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Erik Gunnar Asplund: una revisión abierta

José Ignacio Linazasoro 
30/06/2006


Ésta es una monografía con acento anglosajón: sucinta biografía, exposición descriptiva de la obra y bibliografía con los textos más importantes. Aunque en muchos aspectos repita la conocida versión del personaje —trabajador incansable, de gran facilidad y abierto a la modernidad—, no por ello deja de ser oportuno en estos tiempos de confusión rescatar una figura injustamente ligada al posmodernismo de los años 1980.

Erik Gunnar Asplund produjo obras fundamentales como la Biblioteca de Estocolmo o los Juzgados de Gotemburgo, cuya amable visión de lo moderno tuvo continuidad en Alvar Aalto. Esta ‘proximidad humana’ la llevó también Asplund a lo propiamente doméstico, muy particularmente a su casa de verano de Stennäs. En los Laboratorios Bacteriológicos, por el contrario, estableció un prototipo de edificio industrial desde una visión más próxima a lo constructivo.

Asplund tenía la capacidad de controlar casi absolutamente el proyecto a todas las escalas, resultado de un trabajo serio y centrado en la particularidad de cada encargo. Blundell Jones nos habla con mayor detenimiento que otros autores de este aspecto. Igualmente nos revela que Asplund, aunque redactor del Acceptera, manifiesto de los funkis suecos a los que Ragnar Östberg, el maestro, acusaría de alta traición, jamás abandonó su interés por la antigüedad clásica, como atestigua una de sus obras más importantes— y la última que llegó a terminar— el Crematorio de Enskede.

Estaríamos en este caso ante una obra conmovedora, quizás entre las muy pocas que expresan con emoción y serenidad el hecho de la muerte. Pero no podemos olvidar que esa condición magistral encierra asimismo aspectos oscuros. De ello sirven de ejemplo los interiores de las capillas, incluida la de la Santa Cruz, con un exceso de referencias contradictorias no ajenas al intento característico en las últimas obras del arquitecto por armonizar tradición y modernidad. Esta búsqueda fue interrumpida por su repentina muerte, como también ocurrió con sus últimos proyectos.

Aunque a Asplund no le faltase habilidad ni sentimiento, Blundell Jones parece reconocer, veladamente, cierta dependencia intelectual de éste respecto a Sigurd Lewerentz, su otrora colaborador y amigo. Da, además, pistas sobre la gestación del crematorio, donde al contrario que en el resto del Cementerio de Enskede, en el que trabajaron por separado, ambos aportaron conjuntamente croquis y soluciones. Indudablemente, la huella de Lewerentz, aunque abruptamente apartado del proyecto, permaneció en la versión austera y esencial de los espacios exteriores, o en la articulación entre el pórtico y la capilla principal que Asplund tomó de la Capilla de la Resurrección de Lewerentz. Acertadamente, el autor de la monografía no rehúye estas cuestiones, dejando así la puerta abierta a futuras revisiones críticas.


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