Enric Miralles
Barcelona, 1955
A veces, durante alguna enfermedad infantil, mi madre me leía los cuentos de Babar. Y después yo dibujaba con mis lápices casas como las de Babar; recuerdo vivamente el episodio en que el rey Babar construye la ciudad con sus palacios y sus calles. Era una ciudad con el nombre de su mujer: Célesteville. Después dibujaría ciudades para mí, y en la adolescencia solitaria, ciudadelas desiertas como De Chirico, que le gustaban a mis profesores de dibujo de la Escuela. Y luego, paisajes urbanos como Gordon Cullen. Pero esto es otra historia.
Babar era un dibujo como acuarelado, un dibujo de línea incierta y colores suaves, y era un personaje encantador, grande y tierno, cualidades que parece compartir con el catalán Enric Miralles. Siempre me ha parecido que el joven arquitecto tiene algo de domador de elefantes, de esa especie asombrosa de artista que es capaz de poner a tres o cuatro paquidermos en plan acróbata. Sus estructuras son a la vez pesadas y volatineras, macizas pero líricas, y casi siempre sorprendentes. No sé si, como buen domador, busca el aplauso y el tour de force, o si el desafío es sencillamente algo vocacional. Pero creo que nos ha sobrecogido a muchos numerosas veces.
Y en pocos sitios bailan las estructuras tanto como en el Centro de Gimnasia Rítmica de Alicante. Es verdad que se trata de una instalación para la práctica de un deporte de élite, danza o algo así —es decir, circo de postín, espectáculo y contorsiones—, y que para eso ya va bien un edificio circense, incluso con postes en la pista como las carpas del circo de siempre, aunque me extraña un poco que una administración pública de raigambre fenicia se haya dejado embarcar en semejante aventura arquitectónica y financiera. Pero como después ha venido un valenciano a construir otras aventuras mucho más aventuradas y menos venturosas por el País Valencià, se ha hecho evidente que nuestras autonomías no reconocen límites estéticos ni económicos.
Así que al conjuro de Enric Miralles y con música para elefantes interpretada por Babar, baila Céleste y baila el edificio de patas de elefante. Resulta fantástico que Babar toque la trompeta... con la trompa.