La primera imagen mediática que teníamos de ‘Chillida-leku’ procedía del día de la inauguración: un fondo de laderas de césped inglés salpicadas de esculturas de hierro, piedra labrada del siglo XVI y frondosos árboles autóctonos, con un primer plano de representantes institucionales compartiendo ‘experiencia escultórica’ y sonrisa forzada a diez kilómetros de Hernani. Cinco meses más tarde, en la visita que da pie a esta crónica, el proyecto que Chillida ideara años atrás aparece libre ya del lastre de los ritos de legitimación política. Sin embargo, la carga simbólica continúa allí, tercamente pegada tanto a las superficies escultóricas como a las vegetales o arquitectónicas. Y es que traspasar el umbral de ‘Chillida-leku’ supone adquirir un boleto de entrada a la Chillida Experience, un conjunto escultórico sobrecargado de sentidos (el culto al genio-artista, la corporativización de la ‘marca de artista’ o la construcción de identidades colectivas desde el arte institucionalizado) que convergen en una sola dirección: la construcción de un locus amoenus…[+]