El director de cine Sydney Pollack asegura que es profano en arquitectura y que por ello se sorprendió de que su amigo Frank Gehry le encargara a él la realización de un documental sobre su obra: «El que no sepas nada de arquitectura te convierte precisamente en el director perfecto para este proyecto», parece que le dijo. Sketches of Frank Gehry es un documental de hora y media que se basa en el punto de vista no especializado de Pollack, por otra parte común a la mayoría de los espectadores. A través de su visión inocente, Pollack se pasea por algunos de los más bellos y sorprendentes edificios diseñados por Gehry, escudriñando sus superficies y texturas con el asombro de la cámara que él mismo lleva en mano.
Gehry se confiesa ante esa cámara con humildad y frescura. A sus 67 años, el arquitecto norteamericano de origen canadiense conserva el mismo entusiasmo de un primerizo. Pollack le filma mientras el artista está pergeñando en compañía de un ayudante las maquetas para un nuevo edificio, y observa en silencio sus reacciones, dudas y alegrías, mientras corta y recorta cartulinas que combina de maneras muy diversas, o que a veces elimina con decisión, acariciándose luego la cabeza como si ello le ayudara a agilizar sus ideas. El proceso creativo que Pollack nos muestra en la pantalla recuerda más al de un escultor que al de un arquitecto.
Cuenta Gehry que su padre le hizo dibujar desde pequeño y que le gustaba. A lo largo de toda la película aparece intermitentemente su mano, pluma en ristre, dibujando libremente y con agilidad garabatos abstractos que terminan siendo edificios suyos. Al principio de su carrera artística le interesaba el dibujo y aún hoy envidia la emoción del pintor ante un lienzo en blanco y la decisión del primer trazo. Cuando finalmente Gehry decide que ha dado con un buen resultado, es gozoso contemplarle poco menos que dando saltos de alegría. Sin embargo, confiesa que, para cuando ve terminado uno de los edificios diseñados, y tras el largo proceso de construcción, ya ha dejado de gustarle.
Gehry comenzó a estudiar cerámica y más tarde dibujo. En sus primeras clases de arquitectura, un profesor le desaconsejó que siguiera con ello. Más tarde, ya arquitecto, le gustaba alternar con artistas plásticos, rara vez con arquitectos. Estaba más a gusto entre ellos, a quienes consideraba afines, no así con otros arquitectos que le parecían demasiado rígidos.
¿Dónde encuentra su inspiración?, le pregunta Pollack, y el mago de las formas le señala el contenido de una papelera: «Fíjate en las diferentes texturas que hay ahí dentro, las formas múltiples que se han formado espontáneamente, ahí mismo te puedes inspirar. En otro momento de la entrevista, cuando Gehry recuerda a los artistas postmodernos de los años ochenta que decidieron inspirarse en los clásicos, el arquitecto sonríe; él pensó entonces que si la tendencia era retrotraerse al pasado, se podía ir aún más lejos, por ejemplo, por qué no remitirse a tres mil millones de años atrás, a los peces, o más exactamente a sus escamas, en las que inspiró parte de su trabajo de aquella época. Alguien dice en la película que Frank Gehry es en realidad un escultor cubista contemporáneo.
Desfilan clientes, pintores, actores, otros arquitectos. Cada cual esboza su elogio de la obra de Gehry. Sólo el historiador Hal Foster se muestra crítico con el trabajo del arquitecto, a lo que Pollack contrapone imágenes de algunos de sus edificios más deslumbrantes. Entre los entrevistados figura igualmente el psicólogo personal de Gehry, que habla de algunos detalles de la biografía de su paciente, entre ellos los problemas que éste tuvo cuando se separó de su pareja, la crisis que padeció, y la paz que encontró al cabo de cierto tiempo, cuando se casó con ella y volvieron a convivir. Fue tal la mejoría psicológica de Gehry que su obra se enriqueció de inmediato. Fue tan evidente y comentado que otros arquitectos acudieron a la consulta del psicólogo como si se tratase de una panacea. «Yo no les podía convertir en otros Gehry», comenta el terapeuta con humor.
Frank Gehry visita de la mano de Pollack algunos de los edificios emblemáticos por él creados: el Museo de Arte Frederick R. Weisman de la Universidad de Minnesota, el Disney Concert Hall de Los Ángeles y, naturalmente, el Museo Guggenheim de Bilbao, que se define en el filme como la catedral más hermosa construida en el mundo de hoy en día. El director de este museo, Juan Ignacio Vidarte, dice que el edificio puede recordarnos un artefacto que vino del espacio y que se instaló en aquel lugar cambiando el entorno. En Berlín, contemplando el edificio de un banco diseñado por Gehry, éste se emociona al calcular que sólo lo podrá volver a ver tres o cuatro veces más antes de morirse.
¿Qué es lo más importante al crear un edificio?, se interroga Pollack, y Gehry le responde con sencillez: «Respetar la función para la que ha sido previsto y las intenciones de quien lo haya encargado. Está claro que si se trata de una sala de conciertos, tiene que oírse bien la música». No obstante, Gehry reconoce que en ocasiones tiene que hacer concesiones ‘comerciales’, como seguramente, imagina, le ocurre a Pollack en su trabajo de director de cine. Ambos coinciden, sin embargo, en que siempre queda algún resquicio para la libertad. Y naturalmente, en equipo: Gehry necesita de su equipo, admite que ya no sabría trabajar en solitario.
Sketches of Frank Gehry es un retrato cinematográfico sobre un personaje excepcional, un modelo de documental cuya principal virtud reside en la paradoja de la que parte: que sea un desconocedor del tema quien cuente la obra de uno de los arquitectos más personales de nuestro tiempo.