Como en esos episodios en los que uno cree haber vivido ya una situación, una extraña familiaridad se apodera del lector al hojear el anuario que publica el Instituto Holandés de Arquitectura. Las treinta obras seleccionadas se presentan ordenadas por el código postal a falta de otro criterio y, aunque dan cuenta de los derroteros recientes de la profesión en los Países Bajos, poco aportan respecto a años anteriores. Y es que los grandes gestos, los collage materiales y el estudio analítico del programa que Holanda ha adoptado como instrumentos proyectuales, empiezan a reclamar una revisión: ha llegado el momento de reinventarse.