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Cultura y culto patrimonial

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Cultura y culto patrimonial

Adela García-Herrera 
31/12/2007


Françoise Choay ha dedicado su vida a la reflexión teórica y a la investigación histórica de la arquitectura y el urbanismo. Pero al margen de la reconocida consistencia de sus hallazgos y conclusiones, lo mejor de su aportación a ambas disciplinas es el método de interpretación y crítica textual escogido para estudiarlas. Como ella misma señala, ha intentado siempre inculcar a sus alumnos la pasión que siente por la lectura y el debate. Quien fuera estudiante de filosofía y estética se interesó por conocer lo que había detrás de las formas arquitectónicas y urbanas cuando, a partir de 1954, el semanario France-Observateur (hoy Le Nouvel Observateur) empezó a publicar los primeros artículos y reseñas que acabarían decantando su vocación literaria.

Una de las obras más conocidas de Françoise Choay, L’urbanisme, utopies et réalités, ilustra bien la importancia que su autora otorga al análisis de las ideas. Se trata de una antología de 36 textos —de Victor Hugo a Lewis Mumford, e incluyendo también a Marx y Julio Verne—, a partir de los cuales intenta definir y clasificar proyectos y teorías urbanas. Apareció en 1965 y su versión en español cinco años más tarde. En el caso de la que ahora nos ocupa, Alegoría del patrimonio —otra muestra del rigor intelectual y la lucidez de la historiadora francesa—, se ha prolongado la espera. Aunque en su ya lejano número 33 Arquitectura Viva tradujo un fragmento del original cuando éste se publicó, en 1992, quince años lo separan de la versión castellana completa. Con todo, no se trata de un libro cuya vigencia se vea afectada por el paso de tres lustros, así que más vale tarde que nunca.

Este volumen intenta deshacer algunos entuertos semánticos. En nuestro vocabulario cotidiano empleamos palabras sin detenernos a pensar en los matices que han adquirido con el paso del tiempo. Dos de ellas son ‘patrimonio’ y ‘monumento’, cuyo sentido ha experimentado cambios no sólo con el crecimiento imparable de los bienes heredados y la ampliación del marco geográfico y cronológico en el que se inscriben, sino con la entrada en juego de otros términos que acotan o precisan su significado. Para Choay patrimonio es todo aquello que remite a la memoria antropológica, a la identidad. En un mundo globalizado y habitado por nómadas deslocalizados, ¿dónde queda el sentimiento de pertenencia a un lugar y a un momento concretos al que remitía «esta palabra tan antigua y tan hermosa»?

El tiempo de los anticuarios, la aparición de la noción de monumento histórico —invención europea exportada y difundida con éxito a partir de la segunda mitad del siglo XIX—, la inflación de patrimonio histórico edificado a partir de la década de 1960 y la adopción de un criterio de evaluación occidental para establecer el valor ‘universal’ del patrimonio ‘mundial’ son aspectos a través de los que se constata la mutación de conceptos y que explican el actual culto a una idea de patrimonio genérica que confunde historia y memoria.


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