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Carlos Raúl Villanueva, obras del centenario

Luis Fernández-Galiano 
31/12/2000


El centenario de Carlos Raúl Villanueva (Londres, 1900-Caracas, 1975) se ha celebrado con una exposición monográfica en el pabellón de Venezuela de la Bienal de Venecia y con dos libros orquestados por los mismos autores: la arquitecta Paulina Villanueva, hija del maestro y albacea de su herencia intelectual y artística; el también arquitecto y profesor Maciá Pintó, marido de Paulina; y el fotógrafo Paolo Gasparini, retratista de ciudades y amigo personal del gran arquitecto venezolano. El primer volumen, acreditado a los tres y promovido por un conjunto de instituciones y editoriales de Europa y América, es una recopilación sintética de la obra de Villanueva que se propone reemplazar a la monografía publicada por Sibyl Moholy-Nagy en 1964; el segundo, firmado por Villanueva y Gasparini, prologado por Pintó, y editado —con una tirada de tan sólo 1.000 ejemplares— por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, es una aproximación literaria y gráfica a las tres casas construidas por Carlos Raúl Villanueva para su propia familia.

La monografía resulta útil, habida cuenta de la dificultad de hallar la obra clásica de Moholy-Nagy, editada por Verlag Gerd Hatje en Stuttgart y por Editorial Lectura en Caracas (en versión bilingüe castellano-inglés) cuando el arquitecto vivía aún. Pero la inclusión de algunas obras de la última década y la descripción más pormenorizada de los proyectos no hace esta monografía mejor que la de 1964, dotada de una más adecuada estructura narrativa cronológica, mejor información del contexto cultural, y más eficaz selección y compaginación de imágenes. La presentación de las obras en forma de fichas ordenadas por tipos y la decisión de redibujar parte de la documentación planimétrica no favorecen a Villanueva, que no parece aquí un arquitecto tan atractivo como en la versión de Moholy- Nagy. Obras clave como El Silencio —el barrio de residencia popular construido en Caracas en 1941, que reúne con admirable eficacia la formación beauxartiana de Villanueva con su adscripción posterior a la modernidad corbuseriana—se entienden mal si se prescinde de los croquis perspectivos esquemáticos de la urbanización (en la imagen) y las plantas tipo amuebladas de las viviendas, documentos de época que la monografía actual sustituye, como en el resto del volumen, por dibujos nuevos de interés limitado.

En contraste, el libro de las casas es una obra de exquisita elegancia, escrita desde la inteligencia y el amor filial, y fotografiada desde la admiración y la intimidad de la amistad, que orquesta tipografía e imágenes con talento musical para componer un volumen de refinada seducción táctil y visual. La primera casa desaparecida de Los Manolos, la residencia familiar de Caoma y la casa de la playa conocida como Sotavento son excusa y escenario de un relato que enreda lo biográfico y lo arquitectónico para reconstruir el perfume de un mundo organizado en torno a la creación, la familia y los amigos. Quien supo contar entre los suyos a Calder, Arp, Miró, Pevsner, Moholy-Nagy, Léger y tantos otros fue asimismo un arquitecto excepcional que acertó a trasladar su universo privado al ámbito colectivo, reuniendo la obra de sus amigos artistas en el marco cívico y polifónico de la Ciudad Universitaria como antes había poblado su intimidad doméstica con las señales de afecto que le prodigaron. Pero esa inmersión en el mundo del arte no alteró su concepción intelectual y técnica de la arquitectura, que su hija Paulina recoge con casi exactamente las mismas palabras que tantas veces oí decir a mi maestro Alejandro de la Sota: «El arquitecto es un intelectual, por formación y función. Debe ser un técnico, para poder realizar sus sueños de intelectual. Si tales sueños resultan ser particularmente ricos, vivos y poéticos, quiere decir que a veces puede ser un artista». 


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