Durante miles de años, los pobladores de Matera, en la Basilicata italiana, han ido minando la colina a cuyo pie se asienta la sorprendente ciudad, arañando la roca toba para construir sus pobres viviendas. Poco a poco, los Sassi (piedras) —acaso el resto de otros asentamientos trogloditas aún más antiguos— fueron dando forma a Matera, que es en realidad un intrincado laberinto de casas superpuestas en el que las azoteas se convierten en calles, y donde resulta difícil distinguir entre los que se debe a la mano del hombre y a la de la naturaleza. Abandonados en su mayor parte durante las décadas de 1950 y 1960, los Sassi se han conservado en buena parte gracias a su declaración como Patrimonio de la Humanidad, una medida acompañada posteriormente con la construcción de un Museo Etnológico, cuya secuela es este pequeño hotel.

Situado al pie de la colina, el edificio se apropia de doce cuevas para transformarlas en otras tantas habitaciones. Al exterior, la intervención es apenas visible: los muros de piedra calcárea se han restaurado con el exquisito cuidado que exigen las ordenanzas locales. Al interior, el minimalismo precario de las viejas construcciones deviene un minimalismo más contemporáneo gracias a la atmósfera surgida del contraste entre las bóvedas enjalbegadas y el suelo oscuro sobre el que se dispone un mobiliario austero y funcional.