El posmoderno no fue un estilo, sino un proyecto intelectual. Dos libros recientes de dos profesores de la Universidad de Columbia ofrecen conjuntamente una revisión crítica de un periodo de la arquitectura tan malentendido como menospreciado. Jorge Otero-Pailos explora los orígenes de la posmodernidad en la influencia de la fenomenología durante las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, y lo hace a través de cuatro figuras clave, Jean Labatut, Charles Moore, Christian Norberg-Schulz y Kenneth Frampton, que usaron el pensamiento filosófico para introducir en la arquitectura la experiencia y la historia, adelantándose a la eclosión posmoderna de los años 70. Por su parte, Reinhold Martin reconstruye la urdimbre teórica del movimiento mediante el análisis de edificios, proyectos y textos de los 70 y los 80, en el contexto de los debates actuales sobre la biopolítica, el neoliberalismo o la globalización, subrayando cómo los fantasmas de la modernidad y la utopía siguen testarudamente desafiando la realidad acomodaticia de la arquitectura contemporánea. Aunque ambos autores provienen de un similar humus intelectual, sus libros son sin embargo casi contrapuestos: si el de Otero-Pailos es un relato luminoso e incluso entusiasta sobre la fenomenología arquitectónica, el de Martin es un texto sombrío y crítico que muestra poca simpatía por la que Adorno denominó ‘jerga de la autenticidad’, una contaminación heideggeriana del pensamiento arquitectónico que Martin localiza en dos de los protagonistas de Otero-Pailos, Norberg-Schulz y Frampton.
Architecture’s Historical Turn es un documento fascinante sobre la influencia de la fenomenología y sobre el tránsito desde la abstracción moderna del espacio y la forma a una concepción de la experiencia que incorpora la historia y la teoría, evidenciando que las ideas arquitectónicas circulan también mediante imágenes. Como fase temprana de la posmodernidad, la fenomenología arquitectónica preparó el camino para las etapas estructuralista y posestructuralista que siguieron, pero sobre todo amplió significativamente el territorio intelectual de la disciplina. Otero-Pailos explica bien el impacto de Bachelard, Heidegger o Ricoeur sobre unos arquitectos reflexivos, descontentos con el empobrecimiento de la modernidad y ávidos de hallar experiencias ‘auténticas’, y describe convincentemente la forma en que el pensamiento visual de Wölfflin (con sus famosas proyecciones paralelas) influiría en su discípulo Giedion (que diagramaba sus propios libros) y éste a su vez en su alumno Norberg-Schulz, que acuñaría visual y literariamente el concepto de genius loci como fundamento de la fenomenología arquitectónica: una construcción teórica que se alimentaba de Husserl, pero también de Sartre, de Merleau-Ponty, de la empatía de Vischer o de la psicología del arte de Arnheim, y que Otero-Pailos ilustra con cuatro biografías intelectuales, la del hoy olvidado beauxartiano Jean Labatut, la del posmoderno Charles Moore y la de dos historiadores europeos, el repetidamente mencionado Christian Norberg-Schulz y el profesor de Columbia Kenneth Frampton.
Los cuatro se esforzaban en entender la arquitectura desde el lenguaje de las experiencias corporales, y Otero-Pailos resume exactamente el interés de cada uno de ellos: «Labatut estaba obsesionado con el cambio que el movimiento del observador introducía en la percepción visual de la escala y en la sensación táctil de textura; Moore se fijaba en el modo por el cual pequeños espacios interiores podían sentirse como enormes; Norberg-Schulz se centraba en expresar la relación del edificio con su emplazamiento en términos de patrones visuales; y a Frampton le preocupaba cómo pequeños detalles tectónicos podían expresar visualmente la lógica estructural de toda una cultura arquitectónica.» El autor se ocupa de ellos en secuencia, y no hay capítulo que no contenga interpretaciones estimulantes: la búsqueda de la sensación pura por Jean Labatut, un católico francés que llegaría a ser uno de los profesores más influyentes de Estados Unidos, familiarizando a sus alumnos —entre los que estarían Moore o Venturi— con experiencias que se extienden desde las técnicas de camuflaje hasta el simbolismo poético de su ‘arquitectura eucarística’; los edículos e interiores delirantes de Charles Moore, un sofisticado gay que utilizó el kitsch y el erotismo como herramienta de crítica, explícita también en sus libros o en su enseñanza en Yale; las interpretaciones arquitectónicas de Heidegger por parte de Christian Norberg-Schulz, un noruego educado en Suiza que publicó varios libros esenciales, cuya extraordinaria difusión contribuyó a consolidar el pensamiento visual en la escritura de la historia; y las exploraciones constructivistas y tectónicas de Kenneth Frampton, un laborista británico que sumó sus experiencias en el diseño gráfico o la diagramación de revistas a la influencia intelectual de Arendt o Ricoeur para elaborar sus tesis sobre el regionalismo crítico y su defensa de la dimensión pública de la arquitectura, que se expresan con contundencia en libros tan influyentes como Modern Architecture: A Critical History y en su enseñanza en la Universidad de Columbia.
Esta institución, donde se ha gestado el libro de Otero-Pailos, ha sido también crisol para el de Martin, Utopia’s Ghost, una obra áspera y rigurosa que contempla la posmodernidad arquitectónica como una formación discursiva cuya dimensión intelectual se contrapone a su carácter instrumental en el capitalismo posterior a la Guerra Fría, con sus rasgos característicos de consumismo, espectacularidad y globalización. Deudora de Agamben, Mandel o Jameson, la interpretación de Martin usa la cronología canónica que tiene como hitos la publicación en 1966 de los dos libros de Rossi y Venturi, el de Jencks sobre el lenguaje posmoderno en 1977 y la Strada Nuova en la Bienal de Venecia de 1980, eslabones de una construcción conceptual que sería brevemente hegemónica para sufrir una rápida erosión desde finales de los 80. Enfatizando la relación de la posmodernidad con la estética neokantiana que defiende la autonomía artística de la arquitectura, y que se expresa bien en la cadena historiográfica de Wölfflin-Wittkower-Rowe, Martin deplora la casi universal proscripción del pensamiento utópico —motivado por la equívoca equiparación de las utopías técnicas o sociales con el totalitarismo político—, pero advierte que, como un fantasma, lo reprimido tiende a regresar transfigurado. Esos fantasmas son los que halla en muchos de los espacios que describe —interiores domésticos, oficinas de grandes empresas o urbanizaciones segregadas—, que sumados componen un retrato pixelado y sombrío de la sociedad contemporánea. Y en esos fantasmas elusivos de un futuro utópico reside también la esperanza testarudamente moderna del autor. La posmodernidad ha cerrado quizá su ciclo histórico, pero los debates intelectuales en los que se forjó nos siguen alimentando, y estos dos volúmenes excelentes son buena prueba de ello.